Decía Alexander Graham Bell aquello de que nunca vayas por el camino trazado, porque únicamente te conduce a dónde otros han llegado ya antes. En el mundo de las finanzas, esta es una máxima inapelable que, sin embargo, parece haber caído en detrimento de un sorprendente 'consenso' que dicta reglas que pocos entienden. Pero, en realidad, es más que aplicable a otros ámbitos de eso que llamamos vida...

Supongo que, en el fondo, da cierta seguridad ir con el resto de los peces en la bancada. Supongo que es más complicado abandonar la seguridad del pelotón cuando pegan cuarenta gradazos de nada y te aterra dejar de pedalear. Quedarte solo con una idea implica que no todo el mundo vaya a entenderte, y hay pocos a los que no les moleste el apelativo de 'bicho raro'. Pero lo peor de todo es saber que no ir contracorriente sólo te conduce a donde todos van. Y, por éxito que hayan tenido los que llegaron, eso no es positivo. Al menos en finanzas, porque ¿estábamos hablando de eso, no?

Cierto que es complicado resistirse a los cantos de sirena de una fiebre amarilla. Pero recuerden siempre la imagen de aquellos pioneros del lejano, lejano Oeste que iban en busca del oro ansiado y volvían cargados de un saco de locura por la frustración de no encontrar nada. Si había habido oro, otros ya se lo habían llevado antes. Pero por mucho que haya ejemplos, pocos estamos libres de que nos contagien la fiebres amarillas.

En España hemos vivido durante casi una década en la ola de una fiebre que, mucho me temo, tiene papeletas para ser una de las culpables de la situación actual. Durante años aquellos que tenían un piso en propiedad parecían una casta de intocables. Si decías que preferías el alquiler te arriesgabas a recibir miradas de incredulidad o, directamente, de que no tenías ni idea de lo que estabas hablando. Ahora nos cuesta reconocerlo, como si nos hubiesen cogido robando chocolatinas en el supermercado, pero España se llenó de especuladores, de pequeños Trump que acumularon ladrillo con la vana creencia de que nunca, nunca, aquello perdería valor.

XNOS GUSTAx creer que fueron únicamente los bancos y su crédito barato los que provocaron esa burbuja. Pero no es cierto. Lo sabemos todos. ¿Ven cómo es difícil resistirse a una fiebre amarilla? ¿Quién no hizo las cuentas de su patrimonio en función de un crecimiento continuo del precio de los inmuebles?

Sólo que, con un poco de perspectiva histórica, se sabía que esto era insostenible. No hay peor ciego que el que no quiere ver, claro. El error histórico del ladrillo (tuvo efectos positivos, ya lo he dicho en otras ocasiones) fue consecuencia de que se juntaron intereses de todos los agentes del mercado, del Gobierno a los bancos, de los promotores a los compradores. Fue nuestra tormenta perfecta, nuestra propia fiebre amarilla.

Claro, que lo que tiene más delito es insistir en el error. Ahora que la empresa española (grande, mediana, pequeña y muy pequeña) mira acertadamente al exterior, y además tira, aún tímidamente, de nuestra economía, sería un grave problema que errara en sus decisiones. Y, claro, de nuevo el brillo de las pepitas de oro y la falsa seguridad que da lo que todo el mundo hace son fácil caldo de cultivo para cometer fallos que pueden costar la liquidación de no pocas empresas.

Pondré dos ejemplos de 'fiebres amarillas'. El primero, China. El tigre asiático parece imparable en su crecimiento, haber encontrado la fórmula de la Coca Cola del crecimiento económico. Todas las empresas españolas que hace años que exportan allí han encontrado un seguro de vida. Pero las últimas semanas y la sorprendente debilidad de la banca china y el descenso del consumo interno son indicadores de que no es oro todo lo que reluce. Siempre lo digo: la entrada en China tiene barreras notables que hay que medir.

El segundo, Brasil. Y no por el repaso que nos pegaron el domingo (que vaya...). No. Porque el brillo de Mundiales y Olimpiadas no pueden ocultar los tremendos desequilibrios internos del país, el auge de revueltas sociales, y la falta de consolidación de una economía que tira, puramente, del dinero en infraestructuras. ¿Es malo entrar en Brasil ahora? No, es el momento. ¿Le queda mucho a Brasil como 'emergente'? Rotundamente, no. Es, de verdad, una fiebre amarilla (y verde, en este caso).