Cada año ocurre lo mismo. El desfile militar que conmemora la Fiesta Nacional española se distingue porque un grupo de exaltados más o menos numeroso abuchea al presidente del Gobierno y jalea al Ejército con intenciones malévolas. Este año ha sido Zapatero el silbado, pero, como recordó el príncipe Felipe en la recepción oficial que siguió al desfile, otros presidentes y otros gobiernos no se libraron de la ira de los extremistas. Porque lo que esconden los abucheos es una cuestión de mucha más envergadura: el intento de apropiación de la Fiesta Nacional española por la extrema derecha.

Este año, el nivel de decibelios aumentó en consonancia con la crisis económica y política que vive el país y en paralelo al destape de la extrema derecha en algunos medios de comunicación. Mientras la extrema derecha intente capitalizar la fiesta, la conmemoración no podrá ser normal. Tampoco contribuyen a la normalidad las tensiones que soporta el Estado de las autonomías y la tendencia a la involución autonómica que ciertos medios alientan cada día.

En este escenario, el Rey y el Príncipe lamentaron ayer los abucheos a Zapatero, y el Ministerio de Defensa los atribuyó a "pequeños grupos organizados".

Un caso particular es el catalán. El presidente José Montilla decidió este año volver a participar en los actos de la Hispanidad, en la línea del resto de mandatarios autonómicos, entre ellos el extremeño, Guillermo Fernández Vara. Ello le ha valido a Montilla, sin embargo, críticas desde todos los ángulos: el PP y Ciutadans le acusan de oportunismo por su ausencia en los dos últimos años, mientras que ERC e ICV le reprochan su asistencia este año tras la sentencia sobre el Estatut. Estas críticas partidistas no tendrían nada de extraordinario, y menos a mes y medio de unas elecciones, si no fuera porque ERC traspasó el lunes todos los límites cuando la consejera Carme Capdevila se permitió criticar en público al jefe del Govern del que actuaba como portavoz. Es realmente una marca difícil de igualar y que solo puede contribuir a que la catástrofe que auguran las encuestas al tripartito se haga realidad.

La fiesta de la Hispanidad arruinó, por otra parte, los intentos del Gobierno de quitar importancia a la crisis diplomática con Venezuela. La ausencia del embajador de Chávez y de la bandera venezolana, que debía desfilar junto a las de otros ocho países latinoamericanos, es un desplante que ni las excusas oficiales pueden ocultar. Cuando al Rey se le preguntó por el incidente, contestó: "Mi opinión me la reservo". Con eso está dicho todo.