En ocasiones, la casualidad te regala momentos casi mágicos. Como si en vez de estar paseando, trabajando, tomando algo o haciendo la colada, fueras de repente el protagonista (involuntario) de un videoclip. Pero de los ochenta o noventa, con un dramático blanco y negro e imágenes evocadoras, con trasfondo social o, digamos, poético. Que ahora es difícil distinguir un anuncio publicitario de un vídeo musical... Me estoy alargando, vale, pero tengan paciencia que el asunto tiene, en plan andaluz, "guasa".

Así que ahí estaba yo en un receso del trabajo con la tele silenciada en el fondo y el dichosísimo invento del Spotify tronando a más que razonable volumen en mis oídos. Y la radio de la ya mencionada aplicación (si reitero el nombre, hago publicidad, y para eso, que me paguen, ¿no?) empezó a escupir eternas canciones de aquel grupo, Golpes Bajos. Empezamos ya bien con el nombre de marras, sin duda. Pues el mítico Germán Coppini , con su desganada a la vez que vibrante voz, abre su "concierto", exclusivo para mí, con ese himno que es "Fiesta de los Maniquíes". Y en ese instante, en el cristal de la televisión aparece, de la nada, nuestro no siempre presente Presidente del Gobierno metido además en un plasma, nuevo modelo de rueda de prensa, como un auténtico maniquí.

Yo, claro, como ustedes, atónito. Que aquel azar parecía sacado de un conjuro. Y seguía oyendo la letra mientras veía mover los labios al Presidente sin oír, por supuesto, lo que decía ya que tenía la música puesta. Y como un teleñeco en movimiento, gesticulaba Rajoy mientras que Germán, repetitivo y constante, martilleaba con su "fiesta de los maniquíes, no los toques por favor". Guau. Eso tan profundo fue lo que pensé. En primer lugar, porque luego noté que efectivamente podía estar mirando a todo un maniquí. Alguien más testimonial que ejecutivo, que ha decidido lo peor que puede hacer un gestor público: no hacer exactamente nada. O seguir los dictados de una ortodoxia que parece obtener placer en alargar unas medidas que en 2013 debía estar más que claro que no funcionan.

XJUGARx a imprimir moneda, no es solución. Subir de nuevo impuestos, es lastrar más cualquier atisbo de recuperación del mercado interno y agredir de nuevo a la amplia clase media. Pedir incumplir objetivos de déficit, no es más que amplificar la cadena de una deuda creciente y la excusa para mantener privilegios, estructuras y gastos que, a estas alturas, debían estar suprimidas y enterrados.

No voy a entrar ahora en el debate entre austeridad o estímulos económicos. Por dos razones. Primero, me parece un análisis más teórico que aplicable, propio de iniciados y que a ustedes les debe resbalar en su día a día. Segundo, porque no creo en soluciones absolutas y considero que en esa disyuntiva existen motivaciones políticas que en cierto modo, "ensucian" cualquier razonamiento.

Pero este gobierno, que en no pocas ocasiones parece títere o esclavo de peticiones externas, debe dejarse de ambages y aplicar con valentía medidas que permitan, de una vez, vislumbrar desde dentro una esperanza económica. Mejor una vez rojo que ciento colorado. Y las soluciones pasan por reducir el gasto público y mejorar el consumo interno.

¿Cómo? Alguien decía acertadamente esta semana en twitter que hay que atajar el gasto político no el público. Tenía razón. Ya basta de amenazar con recortes en sanidad o educación, que sin duda alguno más habrá que hacer, y empezar a reducir empresas públicas, organismos autonómicos, subvenciones, liberados y resto de gastos claramente innecesarios. Ya verán como así bajamos déficit.

¿Más? Bajar impuestos. España se salva dejando mayor capacidad disponible a familias y empresas, y eso pasa por no ahogarlas más a base de impuestos. España crecerá cuando se dé cuenta que puede y debe atraer multitud de inversores extranjeros que, sin embargo, se asustan al contemplar la maraña fiscal española, central y autonómica, y la dificultad en el montaje de empresas. Se lo digo por experiencia. ¿Les interesa saber cuál fue la siguiente canción? "Malos tiempos para la lírica". Sumamente premonitoria. Lástima que esta vez no salía en la pantalla Rato sonriente con el logo de Bankia detrás mientras sonaba aquello de "trabajo de banquero bien retribuido". No. Pero hubiera estado bien, ¿verdad?