WLwa prosperidad, traducida en un aceptable nivel de vida para buena parte de la población española, así como el hecho de haber dejado atrás tanto el dramático 11-M como la presencia de soldados españoles en Irak, nos conducían hacia unas Navidades razonablemente satisfechas. Pero una patera, otra vez una patera cargada de muerte, en esta ocasión junto a Canarias, se ha encargado de remover las conciencias y de recordarle a todo el mundo la relatividad de las pequeñas felicidades individuales cuando alrededor nuestro se dan situaciones tan dramáticas como las que hay detrás de esas muertes.

Es evidente que hay problemas en España. Persisten las desigualdades excesivas --en bienes, en trato, en conocimiento, en oportunidades, en capacidad de utilizar las nuevas tecnologías...-- y continúa la dramática tendencia de nuestro sistema de dejar a muchas personas descolgadas del progreso.

Por otra parte, el terrorismo, ahora también de clave internacional, genera temor e inseguridad dentro de nuestras fronteras. Hay más cosas preocupantes. Por ejemplo, cierto desajuste psicológico colectivo que empuja a muchos españoles de forma creciente hacia la banalidad, la insolidaridad y la cultura del poco esfuerzo. Por ejemplo, también, la sensación de que algunos políticos profesionales están más en un pulso continuo por el poder, tensando los ánimos, que en la creación de unas alternativas sólidas para el momento en que les corresponda gobernar. Pero mientras intentamos hacer frente a estos temas interiores, sucesos como el de la última patera de Canarias, con 13 cadáveres a bordo, nos recuerdan que la confortable vida europea está rodeada de demasiadas injusticias. La imagen de la patera es molesta, fastidia, en estas fiestas que son una apoteosis del consumo. Porque cada vez es mayor la tentación de desviar la mirada de los grandes problemas de fondo que se pudren en el mundo.

Esta patera es la enésima. Este año han muerto en las inmediaciones de España casi tantos inmigrantes que huían del hambre y la desesperanza como civiles palestinos en el también podrido problema de Israel. Y aunque mucha gente generosa esté haciendo lo que puede para ayudar a este aluvión de inmigración desesperada, estructuralmente se está haciendo muy poco tanto para resolver los problemas de fondo que provocan el éxodo como para dignificar y normalizar la acogida.

En Europa, en España, hay tantos sentimientos de culpabilidad como encogimientos de hombros. Se le pide la solución a Marruecos, aun sabiendo que, en la práctica, todo lo que puede acabar haciendo este país es aplicar represión contra quienes deseen utilizar su territorio como punto de partida para el viaje a Europa. Dicho de otra manera, que la policía marroquí haga parte del trabajo que ahora hacen el frío y las olas del Estrecho. Estamos ante un problema que requiere algo más que eso. Decisiones internacionales de fondo, pero asimismo políticas europeas y españolas de asistencia. Este tipo de cuestiones no se resuelven solamente sintiendo vergüenza cuando se traducen en casos concretos tan dramáticos como el de esta patera de las Navidades del 2004.