A los que nos dedicamos a la enseñanza de la filosofía nos cuesta reconocernos en el escaparate mediático (tenemos el complejo de que nuestra disciplina es rara y minoritaria). Pero ahí estamos, por extraño que parezca. Y no solo por la reciente propuesta del Congreso para recuperar el estatus educativo de la materia, sino también porque, en general, la filosofía está en auge.

Desde las series de TV (como la popular Merlí) a las más rancias instituciones (como la que acaba de conceder el Princesa de Asturias a Michael Sandel, un filósofo cuyas clases en Harvard son seguidas en red por millones de personas), pasando por la proliferación de nuevos e imaginativos eventos (como los festivales de filosofía) o el lleno de alumnos en las facultades, la filosofía está… que se sale.

No debería extrañar a nadie. Al fin y al cabo, es en filosofía donde se discuten los asuntos más molones del mundo. A veces les pregunto en broma a los chicos que qué es, según ellos, lo más importante para ligar. Todos reconocen que el atractivo físico o la simpatía tienen importancia, pero que lo decisivo viene cuando el objeto de sus deseos abre la boca y empieza a «decir cosas». ¿Y que «cosas» son esas tan interesantes de las que tiene que hablar alguien para seduciros? -les pregunto yo-. No hay ni una, de todas las que me cuentan, que no refiera o refleje un asunto filosófico. A menudo, para mejor ordenarlas, las dividimos en categorías: (1) cosas molonas que decir sobre la realidad misma -mientras se mira a las estrellas- (¿qué es y a qué viene, de qué está hecha, si es o no un sueño - tal como tú lo eres para mi, etc. -?); (2) cosas molonas de que hablar -mientras nos miramos a los ojos- sobre nosotros mismos (¿qué pintamos aquí, qué es esto que empiezo a sentir por ti, para qué habremos nacido -ademas de para encontrarnos hoy, etc. -?); (3) cosas molonas que tratar sobre el valor de nuestras creencias (¿cuáles de ellas -sobre el amor sin ir más lejos- son aceptables y por qué?); y (4) cosas molonas que debatir -antes de pasar a la acción- sobre lo propiamente molón (¿qué es lo mejor, lo más justo, lo más bello...?).

Pero la filosofía no solo es la materia en la que se tratan las cosas más interesantes (aquellas de las que no discute la ciencia ni deja hablar la religión) -el problema de lo real, de lo humano mismo, de la verdad, el bien, la justicia, la belleza… - , sino que también resulta singular en cuanto a su naturaleza educativa. A diferencia de otras materias, la filosofía no enseña habilidades artísticas o técnicas (salvo la de pensar y dialogar), ni expone doctrinas religiosas, científicas o humanísticas (excepto para diseccionarlas con la razón), ni alecciona en estos o aquellos principios morales o políticos (aunque los proponga y discuta todos), ni, en general, deja títere con cabeza (nada es axiomático o sagrado en filosofía). Tampoco es muy amiga de libros de texto (excepto como pretextos para pensar), ni de exámenes (menos el de conciencia), ni de estar constreñida por aulas y horarios (salvo para cuestionar la arbitraria administración de saberes y tiempos)...

Tal vez por todo esto la filosofía sea siempre una materia tan incomprendida (y tan mal impartida a veces). Muchos la confunden con la formación en valores y cierta «toma de conciencia» política (como si no hubiese filósofos y filosofías de todas las tendencias). Otros con la divulgación científica (como si no fuera la ciencia la que hace, en el fondo, divulgación filosófica). Otros con un adiestramiento lógico y retórico (como si faltaran abogados). Otros con una suerte de psicología barata (como si no bastara con la que hay por todas partes). Y otros -los más- con un soporífero listado de textos canónicos (como si nadie tuviera nada en que pensar)...

Aún así, y pese a todo, hay que insistir. Pues solo la filosofía enseña -cuando se transmite de forma adecuada- aquello único que hace digna y relevante a la vida humana: a tener, en el sentido más amplio y profundo de la palabra, conciencia. La más honda y precisa conciencia de todo lo que pasa y, por eso, del misterio que lo traspasa todo. Y esto sí que mola mazo de verdad.