Hace cuatro años, la Lomce borraba del mapa educativo español a la Etica y la Filosofía. Pese a las recomendaciones del Consejo y el Parlamento europeo, la Unesco, y la mayoría de las fuerzas políticas del país, el ministerio Wert decidió eliminar dos tercios de las horas de Etica y Filosofía en la Educación Secundaria; el mayor recorte a una materia desde que arrancó la democracia. Profesores, reconocidos intelectuales y científicos, padres y alumnos, buscábamos, en vano, algún tipo de explicación a este despropósito. ¿Qué sería de la educación --nos preguntábamos-- sin la Etica o la Historia de la Filosofía (dos de las materias que se eliminaban de un plumazo)?

¿Cómo podría --por ejemplo-- articularse más eficazmente nuestra sociedad en torno a valores cívicos y democráticos sin que nuestros jóvenes tuvieran la convicción razonada de que tales valores son, en efecto, valiosos? ¿Y cómo podría darse esa convicción sin una reflexión crítica en torno a los mismos?

De otro lado, sabíamos que, en una sociedad democrática, la soberanía reside en la ciudadanía, en su juicio acerca de las opciones políticas que se le presentan. ¿Cómo no iba a ser entonces una prioridad capacitar a los ciudadanos en las competencias adecuadas para justificar, con rigor y responsabilidad, sus soberanos juicios? ¿Qué democracia sería aquella en la que no se ejercitaran la reflexión crítica y el diálogo constructivo en torno a las distintas opciones morales y políticas? ¿Cómo se sostendría ningún sistema de convivencia sin educar, desde niños, en la honestidad o el respeto a los demás? ¿Sería todo esto posible negando a los ciudadanos la formación para, justamente, ejercer su ciudadanía?

La Lomce también eliminaba la Historia de la Filosofía como materia común en el Bachillerato, condenando a los alumnos a desconocer las ideas que fundamentan su propia cultura. Sabíamos que desconocer el pensamiento griego, las raíces doctrinales del cristianismo, las ideas que han constituido la modernidad europea, el pensamiento liberal o socialdemócrata, así como los fundamentos y problemas filosóficos que laten tras la economía, la ciencia, el arte, la religión y el resto de manifestaciones de la cultura contemporánea, condenaba a estos alumnos a un estado de inopia y vulnerabilidad ideológica que lastraba peligrosamente no solo su competencia ciudadana, sino también su propia identidad como personas.

Por todo esto, y frente a la amenaza de la Lomce (que en estos días ha sido conjurada parcialmente por el proyecto de nuevo decreto curricular del Gobierno de Extremadura), los profesores de Filosofía hemos peleado incansablemente durante estos años, recabando el apoyo de la ciudadanía, de la comunidad educativa, de los medios de comunicación, de los partidos y las instituciones, sin más armas que nuestros argumentos y el ideal de una educación que forme a los alumnos como ciudadanos y como personas, dueños de aquello que les hace ser y hacer todo lo que son y hacen: las ideas. La Filosofía, que es la reflexión en torno a esas ideas fundamentales, vuelve, como debe ser, a las aulas extremeñas.