THtay que seguir escribiendo sobre la pomposa coronación del emperador George. De todo lo que he leído y he podido escuchar en la tele, lo que más me ha impresionado es que muchas personas hicieron testamento en los días previos o revisaron al alza su póliza de un seguro de vida, para que sus herederos no sufrieran privaciones si ellos morían en un atentado terrorista durante la ceremonia.

Después de unas inundaciones, una línea marcada en una pared señala la altura alcanzada por la crecida de las aguas. Remedando aquella señal, de la carrera de los ciudadanos neoyorquinos hacia las notarías y las casas de seguros podemos decir que hasta aquí ha llegado el máximo nivel del desbordamiento de la histeria desencadenada por un posible ataque terrorista.

Se ha aceptado con fatalismo que un 20-E trágico era posible. Lo sucedido demuestra que los norteamericanos son muy previsores. Muchos creyeron que la coronación podía convertirse en un anticipo del fin del mundo, que felizmente no llegó. Pasada la inquietud, ahora deberían reflexionar. El terrorismo mata, pero la histeria por la seguridad mata también y a los afectados por ella quizá les convendría una terapia mental contra la fiebre de la prevención.

*Periodista