WLw a extremeñidad del Monasterio de Guadalupe es una de esas cosas que no hace falta explicarles a los extremeños ni, seguramente, a los toledanos, a pesar de que pertenezca a esa diócesis, porque es tan fácil de ver como la fuerza de la gravedad. Que Guadalupe, el Monasterio y la Virgen, es la referencia más enraizada en Extremadura --tan enraizada que históricamente la ha definido, cuando no había instituciones políticas que la representaran-- es una evidencia de siglos. Pues bien, contra esa evidencia se alza una estructura territorial diocesana que, como todas las estructuras territoriales, está determinada por el poder. Y Toledo, en la Iglesia, siempre ha mandado mucho. Y, lo que es peor para los intereses extremeños, sigue mandando. En consecuencia, una diócesis tan poderosa, y con valedores tan señeros como su anterior arzobispo, el cardenal Antonio Cañizares, hoy destinado en el Vaticano como prefecto de la Sagrada Congregación del Culto Divino, se va a resistir con uñas y dientes a desprenderse de su jurisdicción sobre Guadalupe. Por anacrónica e injusta que sea.

Hasta ahora, las gestiones llevadas a cabo ante Roma durante el arzobispado de Antonio Montero no han logrado variar un ápice el estatus toledano de Guadalupe. Tal vez por eso, iniciativas como la que ha puesto en práctica la Asociación Cívica Extremeña Virgen de Guadalupe, recogiendo miles de firmas pidiendo el cambio y convocando jornadas como la que hoy se celebra para ofrecer argumentos que lo avalen, sean tan necesarias como oportunas.