El último ataque del ultraderechista 'La España en Marcha' ha disparado el temor a un rearme de la ultraderecha en España. Políticamente, la extrema derecha tiene una presencia residual, limitada al ámbito local, ya que España es uno de los pocos países europeos en los que los ultras no están en el Parlamento. Además, su atomización en numerosos grupúsculos impide la formación de un movimiento político fuerte. Pero son crecientes las voces que avisan de que la crisis y sus efectos (desplome de los partidos políticos, estigmatización de los inmigrantes, corrupción...) pueden dan dar nuevos bríos a los ultras, a semejanza del Amanecer Dorado griego. Son argumentos que no se pueden ignorar por mucho que las estadísticas policiales no detecten un aumento de ultras. Pero en democracia hay que andarse con cautela a la hora de prohibir ideologías, y la decisión de ilegalizarlos requiere un debate de amplio calado. Mientras, la justicia debe actuar con todos los medios a su alcance y el resto de la sociedad no permitir ningún resquicio de tolerancia ni comprensión a los ultras.