Está la hoja en blanco y toca escribir. Y algunas semanas el cuerpo me pide dar la batalla de la actualidad y creer que a alguien le importa lo que tengo que decir, pero otras simplemente dejo que las palabras vayan fluyendo, a veces lentas, a veces imparables, contando sobre sentimientos o vivencias y esperando que otras personas se sientan identificadas.

Hablar sobre la vida, el amor, la suerte o lo que en ese momento me pasa por la cabeza. Y hoy me desperté con la idea del tiempo que se va, el que no regresa por más que lo invoques, el que se pierde aunque creas que lo empleas bien.

No creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor ni mucho menos, sólo que nos lo parece porque en esta carrera vital no se puede resetear y volver al inicio. No es una rueda, es una pista, más larga o más corta pero en una única dirección, y puedes recrearte hasta el dolor en cómo habrías hecho algunas cosas de haber sabido lo que sabes ahora, o en si elegirías una y mil veces lo mismo, pero ya no puedes volver a ello. Quien eres ahora, para bien o para mal, es el producto de lo que decidiste o decidieron por ti, desde tu nombre hasta el lugar donde naciste y con quién compartes tus horas. Y en algún momento, si tienes algo dentro del cerebro, te das cuenta de que el tiempo no se compra y que debes valorar cada minuto y en qué y con quién lo empleas.

Sí, ya sé que es muy sencillo teorizar sobre qué queremos hacer y lo que podemos realmente, pero yo no necesitaba una maldita pandemia para darme cuenta de que cada minuto importa. Y quizás por eso, excepto en lo inevitable, trato de que mi tiempo tenga valor. Que no se trata de estar en todo momento haciendo algo provechoso, porque algunas veces precisamente lo grandioso es no hacer absolutamente nada. Mindfullnes y vida consciente creo que lo llaman los teóricos, pero mis hijas lo llaman fliparme intensita, que es como decirme que parezco siempre alucinada y dispuesta a maravillarme por todo lo que me rodea, aunque en ocasiones maravillarse sea indignarse, enfadarse o mirar algo cotidiano como si acabase de descubrirlo. No dar nada por hecho, ni el amanecer, ni lo que comes, ni el saber que hay alguien al otro lado del teléfono cuando marcas su número o la sensación de dormir en sábanas limpias o los besos que recibes y das.

Un estúpido consejo de agosto que nadie me ha pedido: haz que cuente, que sea importante, desde el sentarte a mirar morir las olas a rellenar un informe o hacer un pastel. Y elige bien con quién, sin conformarte. Ya sabes eso de “nunca volverás a ser tan joven como eres ahora mismo”, y cuanto antes lo aprendas, mejor lo harás. Flípate intensito de vez en cuando. De nada.