TQtuedan lejos aquellos años de niños en los que como mariposas aleteábamos alrededor del fuego en la noche mágica de Todos los Santos, escuchando inocentemente historias de ánimas, fantasmas, brujas y no sé cuántas cosas más. Hoy cuando escribo este artículo, mirando hacia atrás desde la azotea de la vida y de la historia, descubro que los hombres no somos más que pescadores de espectros tirando las redes en aguas bravas para no pescar nada, o en aguas mansas para sacar sólo alguna que otra medusa miedosa.

Atrás quedan los días y los años --más de tres mil años-- repitiéndose en esta noche de fantasías tradicionales antiquísima que se pierden en el pasado.

Los celtas creían que en esa noche la ventana que separaba el mundo de los vivos y el de los muertos desaparecía y sus almas regresaban a visitar hogares terrenales. Para mantener a estos espíritus contentos y alejar los malos de sus hogares, los celtas dejaban comida o dulces fuera de sus casas, una tradición que con el correr del tiempo se convirtió en lo que hoy se conoce como chiquitía (truco o trato), donde los niños van de casa en casa pidiendo dulces, castañas, granadas para luego, en pandillas, salir al campo y hacer aquellas fiestas que todos recordamos. En cada zona recibe un nombre diferente, el magosto , los calbotes , la chiquitía .

Halloween fue el término adoptado para llamar a estos festejos, que significa víspera santa .

El carácter religioso de nuestro pueblo aflora recordando a nuestros antepasados. Se visita el cementerio y se honra a los difuntos, se llevan flores y se arreglan las tumbas... signos externos de aquellos sentimientos que nos unen a quienes convivieron con nosotros y que han pasado por la muerte al más allá. Es, en definitiva, nuestro tributo a quienes en otro tiempo, nos dieron la vida, nos amaron y les dimos amor, deseándoles que sean felices toda la eternidad.

*Licenciado en Filosofía