Permea sobre mí la lluvia benéfica de un invierno que toca a su fin. Invade con sus aguas minerales mi deseo incesante de abril dejando ver el cuerpo desnudo y lechoso de Jesús allá a lo lejos, herido de tanto pecado y azote pero hermoso y poético asomando entre los maderos. La muerte cabalga sobre el calendario, pero es la buena muerte, la muerte purificadora que brota en cada clavo del cuerpo lacerado del ecce homo. Sucede que en un abrir y cerrar de ojos nos vamos a impregnar de olor a santidad, a romero, hierbabuena, membrillo y sacristía. Caminito del sepulcro... Oiga ¿y cómo se llega hasta allí? Mire, siga recto, todo recto y en la primera bocacalle gira usted hacia la izquierda, siga recto hasta una rotonda y allí ya verá indicado un cartel que dice: La Eternidad, tome la salida y al fondo... verá unas mimosas, pues allí mismo es.
Allí donde las mimosas esperan, reside la felicidad absoluta, ese minuto fugaz de plenitud solo comparable al sonido del mar en una playa desierta; por fin te enfrentas al solemne momento de verte a solas con el hombre que fuiste y ya no serás. Y allí al fondo- donde las mimosas pacientes te esperan, empiezas a ser tierra, corteza de árbol y brizna de aire, eternidad.
Llueve desde hace días por la estación de penitencia y el relente de la amanecida siembra de frescor las calles adyacentes donde se perfila un murmullo de cansancio que rebosa en los respiraderos. Caminito del sepulcro. Entre un palmeral de candelarias se adivina el crujir de unas cadenas mientras redobles de tambores perfuman de azahar la ropa tendida. En la imprecisa hora del alba, alguien suplica alivio de luna tibia y el tiempo se detiene: "este es el hombre" (ecce homo). Comienza el tintineo de las plegarias y el deambular de dolorosas por la rampa que muere en el patio de butacas. El espectáculo debe continuar: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".
XCAMINITOx del sepulcro. Hacen remolinos de viento las saetas sobre el crucificado y el cielo traza diluvios en mil colores. ¡Santa Semana de Pasión! aleja los varales punzantes de su cuerpo traspasado y convierte en pétalos las espinas que taladran su cabeza. No da tregua el dolor pero allá vamos, todo recto todo recto hacia la Eternidad, al fondo... junto a las mimosas, allí mismo es. Oiga, ¿y hay sitio para todos? Si, si una vez allí, todos "aire", pura nada, es mágico ya verá, dicen que aquél que va para allá no regresa jamás.
Se me alborotan los versos de Emily en el estómago: "Getsemani no es sino una Provincia en el Centro del Ser" y hasta allí inevitablemente viajamos, con las maletas de una vida entera al hombro reventando por dentro de recuerdos y telarañas; es el viaje que posponemos una y otra vez, el que nos da vértigo planificar porque nunca sabemos el tiempo que hará allí, el que dicen que una vez en la vida todos debemos hacer. Caminito del sepulcro. Entre los maderos baila Jesús su cuerpo desnudo y lechoso, agitado por las prisas del mundo que ansía milagros de carne y hueso; tres clavos sujetan deshilachada la figura escarnecida del nazareno, mitad alma... mitad pellejo mientras una muchedumbre embravecida le grita "Sálvate a ti mismo, sálvate". ¡Qué cruz! Y subimos peldaño a peldaño la cuesta imposible del Monte de los Olivos, la humanidad entera infiere un grito de sangre que cubre de espanto y tiniebla el horizonte.
Verónicas de agua le salen al paso, paño de aceite para el Altísimo en su caída... "No estés eternamente enojado, perdona a tu pueblo. Perdónale Señor". Mitad hombre mitad paloma bebe sediento el cáliz de su destino, zumo hirviente de un limonero en flor que algún maldito traidor ha sembrado en su huerto de verduras. "Tomad y bebed todos de él". Baila Jesús en el madero sus huesos apaleados en la hora imprecisa del alba en que el hombre abandona al hombre y rompe en cristales de sal el verbo de su encrucijada. Caminito del sepulcro avanzan en mareas grandes bandadas de cuervos, picotean la bóveda del cielo sacudidos por la emergencia de blanquear las nubes. Hay un silencio de saetas. El hombre ya sin fuerzas da paso a Dios. El calvario se ha consumado. Hay un silencio de sepulcro. El hombre ya sin cuerpo da paso al alma.
Todo se ha cumplido. El viaje hacia ninguna parte se ha transformado en el viaje hacia la eternidad. Sí, todo recto todo recto hasta una rotonda del tamaño del mundo, tome la salida sin miedo, empezará a ver el paraíso, siga directo sin perder de vista el color azul viento... allí todo es hermoso, ligero, como esa ola suave que duerme en la arena y se abandona a ella. Tome la salida y verá al fondo... las mimosas.
*La autora es periodista