Una de mis sentencias clásicas favoritas, aplicable no solo a la vida política, es aquella que exige a la mujer del César no solo ser honesta, sino parecerlo o, lo que es lo mismo, que esté libre de toda sospecha: quien dirige lo público debe, ante todo, caracterizarse por la ejemplaridad. Esta afirmación, sin embargo, no debe llevarnos a cometer el error de poner el acento en la apariencia, que solo es la guinda del pastel; es importante parecerlo, pero lo esencial es serlo. O lo que es lo mismo, forma y contenido, en política igual que en el arte y en toda actividad humana de cierta complejidad, deben mantener una fuerte coherencia.

Pensé en ello el pasado jueves, cuando visitó Cáceres la joven socialista Beatriz Talegón , actual secretaria general de la IUSY (International Union of Socialist Youth, Unión Internacional de Juventudes Socialistas), que el pasado 5 de febrero alertó al socialismo internacional de lo difícil que es cambiar el mundo desde hoteles de cinco estrellas. Tuve la ocasión de compartir con ella algunas conversaciones antes y después de la mesa redonda en la que participó, y recordé lo relevante que resulta conocer en primera persona a quien normalmente solo puedes acercarte a través de la prensa como intermediaria. Creí reconocer en ella una pasión verdadera por la política, la imprescindible disposición a decir lo mismo delante y detrás de los micrófonos y una carencia de miedo que será crucial para afrontar el futuro. Nada de esto es suficiente para desafiar todo lo que queda por venir, pero todo ello es necesario y, por desgracia, bastante raro.

Recordé con claridad algo que sabemos pero que se nos olvida con frecuencia, y es que todo eso es difícil de adivinar tras una pantalla. De ahí la necesidad de cercanía real entre ciudadanía y políticos, entre representantes y representados: de poder mirarles a los ojos, observar su lenguaje no verbal, comprobar su grado de convicción y, en fin, explorar el límite entre la superficie y la profundidad. Es en la distancia corta donde se descubren todas las fisuras entre forma y contenido.

El discurso de Beatriz Talegón, que volvió a esgrimir en Cáceres, está entreverado de múltiples referencias anticapitalistas que, en mi opinión, es lo que verdaderamente la distancia de la mayoría de los socialistas que hablan en público. Porque ese es el meollo de la cuestión, el motor para transformar la sociedad sin meros retoques estéticos que hagan parecer que algo cambia para que todo pueda permanecer igual. De ahí que ese contenido, valiente y beligerante con el estado de las cosas, solo pueda ser defendido también mediante formas valientes y beligerantes.

Cambiar la política no es solo acercarse a la ciudadanía porque ahora existe una demanda de cercanía; no es utilizar las nuevas tecnologías y las redes sociales para llegar a más gente o adaptarse al entorno; no es dar una charla de pie cuando los demás esperan que la des sentado; no es abrir la participación porque está de moda. Cambiar la política es acudir a la raíz de los problemas, realizar los diagnósticos adecuados, conformar una visión nueva a raíz de ese análisis, tener el coraje de defender esa visión y saber elegir la forma adecuada para defenderla. Y eso significa, teniendo en cuenta la situación actual, que hoy, en política, hay que estar dispuesto a perderlo todo.

XA MI NOx me asusta que Rajoy se esconda detrás de una pantalla de plasma. No me asusta porque es un caso donde la forma es coherente con el contenido: se aleja físicamente de los periodistas y de los ciudadanos porque en realidad está muy alejado de sus demandas y de sus preocupaciones. Esa pantalla de plasma es la mejor evidencia: es lo que parece. A mí lo que me asustan son los lobos con piel de cordero que se acercan a la gente, que se muestran muy participativos, que hablan de cambio y transformación y que, en el fondo, solo utilizan todo eso como meros instrumentos para llegar a un poder desde el cual probablemente ejerzan tan o más tiránicamente que quien no oculta su desprecio por la democracia.

Vivimos un tiempo de máxima exigencia. Que nadie piense que será fácil volver a vivir de la política ni, mucho menos, que la ciudadanía vaya a permitir lo que se ha permitido hasta ahora. Han muerto muchos corderos y sabemos reconocer cada vez mejor a los lobos.