Circula estos días uno de los mensajes que mejor sintetizan la esencia de la cultura política instalada. Ésa de la que se ha querido impregnar a nuestro país cada vez que aflora en él la necesidad de repensarse: las ideologías no existen o, al menos, no deberían hacerlo. Desde esa perspectiva, las ideas actuarían como demonios capaces de arruinar los mejores consensos, la economía sería una ciencia neutral y la política una actividad circunscrita a sus interesados, esto es, a quienes viven de ella y justifican su propia existencia en debates palaciegos que a nadie incumben. Dicho de otro modo, para lograr una salida virtuosa a la crisis se precisan menos brújulas y más providencia. A fin de cuentas, las preocupaciones de la gente suelen transcurrir ajenas a tanta pugna estéril y la magia no es de izquierdas ni de derechas.

Dentro de este marco, la actualización de las pensiones, la subida del salario mínimo o la aprobación del subsidio para trabajadoras del hogar representarían un enaltecimiento democrático que amenaza nuestras plácidas vidas. Conviene tenerlo bien presente en estos tiempos de convulsión: la antipolítica siempre fue un traje a la medida de los oportunistas.

El ejercicio de ingenuidad que proponen estos magos de la neutralidad se revela especialmente fraudulento justo ahora cuando hacen de la creación y difusión de bulos su principal herramienta política. Su objetivo no deja de ser bien explícito: desalojar a Unidas Podemos del gobierno y bloquear así la posibilidad de afianzar una salida social a la crisis actual. Los ejemplos los emiten por cientos cada día: crímenes sanitarios, expropiaciones de viviendas, el bloqueo a la redifusión de mensajes por WhatsApp, el impedimento a la entrada de miles de mascarillas por el aeropuerto de Zaragoza, la censura a los medios de comunicación o la presencia de UVIS móviles a la puerta de la casa de Pablo Iglesias e Irene a Montero son una pequeña muestra de la infinidad de falsedades que se le atribuyen diariamente al gobierno. Ya sea a través del odio o la confusión, los bulos abonan el terreno sobre el que sembrar ideas aún más perniciosas.

La llamada a un «gobierno de concentración» es la más grave de todas ellas. Desde el sabotaje llamando a la desobediencia en la misma votación de investidura, su oposición a un ingreso mínimo para las familias o el rechazo a la prohibición del despido por baja médica, no han dejado de recordarnos para quien trabajan. Que traspasen todos los límites del respeto a la legitimidad del gobierno es un indicador de la salida autoritaria que puede acompañar a esta crisis.

Desde estas mismas coordenadas se rescató con dinero público a la banca, declararon amnistías fiscales para las grandes fortunas, ejecutaron centenares de miles de desahucios, degradaron los servicios públicos con los que hoy estamos resistiendo a la pandemia y precarizaron aún más las condiciones laborales de millones de trabajadores. Ni tan siquiera los pensionistas, a quienes asumían como su inquebrantable base electoral, escaparon al trasvase de derechos en beneficio de una minoría privilegiada. Las medidas lograron los resultados esperados y tras una década de juego de manos el 1% de la sociedad concentraba casi la misma riqueza que el 70% de los españoles. Pura magia.

Hoy saben que el drama que dejaron tras de sí les impide volver a desempolvar de manera explícita un ideario que solo sirvió para demostrar que es el patrimonio y no la patria el fundamento de su acción. Ahora que nos encontramos en los momentos clave que van a definir el rumbo de la Unión Europea, y por tanto el de las economías de millones de familias, vuelven a dar muestras de que sus prioridades siguen inalteradas. La necesaria mutualización de la deuda está siendo puesta en cuestión en el Parlamento Europeo, donde la apuesta por su reconocimiento expreso se encontró el pasado 16 de abril con la oposición, entre otros, del PP y Cs. De nuevo los negocios de una minoría insaciable por delante del interés común.

Justo ahora, en plena catarsis, cuando se bifurcan los caminos, convendría no olvidar la capacidad de metamorfosis de quienes no tienen más hoja de ruta que seguir el rastro del dinero. De nuestra capacidad de aprendizaje de la experiencia anterior depende que no nos vuelvan engañar.

* Diputado autonómico y secretario general de Podemos Extremadura