Me detuve a mirar entre las hojas y descubrí que había talento. Al menos, trabajo. ¿Quién no ha sentido alguna vez la tentación de mirar atrás para volver sobre sus propios pasos? En las páginas de aquel diario se mezclaban las inquietudes del tipo que fue y el señor en que se había convertido ahora. Un ejercicio bueno para el alma puesto que se trataba de reconciliarse con lo hecho y lo vivido, con las luces y las sombras, tan perfecto unas veces y tan errático otras.

Quizá producto de la edad, le gustaba mirar también las fotografías, verse reflejado en esas caras que le observaban con cariño, entender que las cosas ya no eran como antes y desearse el mejor futuro posible. Definitivamente, se trataba de evitar a toda costa que le cayera como una losa en su cabeza y acabara con los sueños que aún le quedaban. Había aprendido que la madurez era un grado y había que avanzar con dignidad hasta el futuro y más allá.

Nuestro protagonista aprendió que la vida no era aquello que le habían contado, aunque había ido superando etapas hasta llegar a esa en la que las noches extras saben a verano y cualquier abrazo ya se cuenta como un tesoro. Hacía tiempo que no veía a mi buen amigo, Luis Casero, fotógrafo extremeño de oficio y profesión.

Me contó que le habían operado y que ya estaba bien. Igual de humor, más grande de corazón y pulmón. Era el mismo hombre que mirará las fotografías para siempre. Me alegro de que hayas vuelto. Te estábamos esperando.