Ha terminado la Semana Santa. Y con ella el espectáculo impresionante de cantos, desfiles y procesiones que desbordan las calles y plazas de toda la geografía. Desde Cáceres a Calanda y desde Avila a Zaragoza, son cientos de miles los cofrades que cargan con los pasos y se enfundan los capirotes para poner en escena un montaje que sigue impresionando incluso a los que hemos visto los desfiles desde niños.

El alarde de las cofradías es de tal extensión e intensidad que no tiene parangón con ningún otro espectáculo de nuestra geografía. Ni los sindicatos, ni los partidos políticos, ni siquiera la Liga de fútbol concita una pasión semejante.

Es posible que los curas y los obispos se alegren estos días pensando que en el fondo no han perdido la batalla, que el espíritu de la Nación Española sigue estando con la Iglesia católica. Si tal piensan, se engañan. Lo que demuestran estas celebraciones sacras es todo lo contrario: que los gerentes y responsables de la Iglesia han fracasado por completo en la tarea de preservar el legado de siglos de tradición católica.

Y la prueba de ello está en las iglesias vacías. En mi pueblo hay una agrupación que desfila en Semana Santa. De sus veinte miembros creo que no hay uno solo que vaya el domingo a la iglesia. Los pasos de las cofradías arrancan sus recorridos en iglesias, conventos y catedrales, y en ellos terminan, pero ahí queda. La mayoría de los cofrades no son fieles practicantes. ¿Cómo es posible que estos cientos de miles de personas que compran sus atuendos e instrumentos, ensayan los redobles y practican el curso de los pasos de la Pasión de Cristo, se sientan distantes, ajenos e incluso repelidos por la misma institución que administra el legado de Jesús?

XCONCEDO QUEx un reducido porcentaje de los que participan en las procesiones lo hacen por el gusto teatral de formar parte de un espectáculo cuya música y escenografía ganaría más de un Oscar si se pudiera representar fielmente en el celuloide. Yo mismo, que soy entre agnóstico y ateo, me enganché a un bombo en la Puebla de Híjar una noche de Viernes Santo y anduve con el mazo horas y horas a la luz de la luna hasta que me sangraban los nudillos. El glorioso Luis Buñuel es otro ejemplo de un ateo prendado por la Semana Santa del Bajo Aragón.

Pero la mayoría de los procesionantes son creyentes. Después de todo, el cuadro de una madre dolorosa, que sufre lo indecible ante el espectáculo de un hijo martirizado, conmueve las entrañas de cualquiera. El mensaje evangélico también es espectacular. Cuesta trabajo discrepar del contenido del Evangelio (aunque Bertrand Russell le encontró algunas pegas en su folleto ¿Por qué no soy cristiano? ) y sin embargo la Iglesia católica no sabe vender el producto.

Conozco una anécdota reveladora. Hace cuatro años llegó a una parroquia un joven sacerdote de Ecuador. Al término de la primera misa, vista la edad media de los feligreses, le dijo al párroco: "Qué buena idea tienen ustedes aquí en España de hacer celebraciones separadas para los mayores y para los jóvenes". El párroco, algo incómodo, tuvo que explicarle que no había celebraciones separadas, simplemente que a la Iglesia van principalmente personas de edad.

Como personas de edad son los sacerdotes, que con una media de 64 años, deberían estar todos jubilados. Y no hay recambio. Hay años en que algunos seminarios de España no ordenan ni siquiera un sacerdote. Cierto que el hedonismo de la sociedad de consumo no es el mejor caldo de cultivo para las vocaciones. Pero cierto también que con energía e imaginación se podría cautivar a cientos de jóvenes para propagar el Evangelio.

Nuestra sociedad no tiene referencias morales. Los ciudadanos están decepcionados con la corrupción de la clase política, la codicia de las empresas y la crisis económica. En tiempos de extrema dificultad las creencias religiosas son un asidero excelente. Por eso la Iglesia polaca tuvo sus mejores momentos en las décadas de la dictadura comunista.

Pero en la Iglesia falta un liderazgo que la saque del letargo agónico que padece. Si la Iglesia fuera (que lo es) una multinacional, y se rigiera por normas mercantiles (que casi), hace mucho tiempo que los accionistas habrían cesado al Consejo de Administración. La gerontocracia que dirige a la Iglesia recuerda a los ancianos dirigentes del PC soviético. Con su esclerosis y sus abusos acabaron hundiendo al inmenso aparato del comunismo internacional. La idea del comunismo es inherente al ser humano, pero la estructura política ha desaparecido.

Del mismo modo la estructura de la Iglesia católica está carcomida y apuntalada. La fe cristiana no va a desaparecer, pero la Iglesia no resulta atractiva para casi nadie. Por el camino que vamos el pueblo mantendrá las procesiones y las cofradías pero bien pudiera ser que lo haga al margen de la jerarquía.