Como no se puede pretender que es el electorado el que se equivoca cuando expone sus preferencias en las urnas, hay que deducir que los resultados de las elecciones legislativas en Serbia certifican el fracaso no sólo del llamado "bloque democrático" de los partidos serbios prooccidentales, sino también de los gobiernos europeos que tanta presión han hecho sobre Belgrado. El resurgir de los ultranacionalistas capitaneados por Seselj desde una celda del Tribunal de la Haya --que han triplicado sus escaños-- muestra la decepción y el pesimismo de la población ante la ineptitud económica, la corrupción y las querellas políticas internas de la coalición que logró derribar el régimen de Milosevic.

Pero esa victoria de los radicales --aunque no logren ocupar el poder-- también prueba que Occidente no ha sido capaz de aportar ayuda económica ni apoyo logístico suficientes para que tuviesen éxito las reformas en Serbia, que sigue siendo uno de los países europeos más pobres, con un paro del 30%. Hasta el dirigente que es hoy la última esperanza democrática, Kostunica, acusa a la corte internacional de parcialidad contra los serbios. Otra mala señal del abismo que separa a Serbia del resto de Europa.