Cada día más, en los medios de comunicación y redes sociales nos sellan la presencia de todo tipo de personajes, que aun protagonizando la vida española, no son siempre lo suficientemente recomendables para que estén en nuestras vidas. La policía que parece haberse convertido en un escenario de ruido, queda al albur de muchos de estos personajes el debate de una realidad que no es la que tenemos en nuestro día a día.

Nuestro día a día es ir a trabajar a una hora temprana, preocuparnos por la familia, entender que pagar esto de los impuestos está bien empleado, y en tratar de ser corresponsables con el resto de nuestros conciudadanos. Pero, en cambio, el debate de ese ruido ruge de tal manera, que todo parece ser una simulación. Los que se dicen no querer ser españoles, demandan hacer un presupuesto no a lo español, y sí a lo catalán. Los que se dicen que la justicia debe ser equitativa buscan privilegiar sus estatus; los que se dicen que existe un conflicto de país, tratan de huir de él.

Y mientras todo esto sucede este país debe caminar, y sus pasos no deben de estar entretenidos en un conflicto, como falta de diálogo respecto a esos que están todo el día en un constante protagonismo. Un protagonismo que tienen mas que ver con el tener, que con el ser. Porque por esta regla de tres, ¿qué ocurre en esta Comunidad? Ahora en plento debate presupuestarios, son esas las partidas económicas idóneas para hacer el sueño realidad lo del tren de alta velocidad, o los recursos que se deben de escenarios de déficits. Toca ya sentar bases que eso de la solidaridad interterritorial no puede ser un ejercicio espureo de lo que debiera ser, pero no lo es. La verdad de todo ello es que en estos debates estamos afectados muchos, la inmensa mayoría de los ciudadanos que dejaron de sacudir el espacio de las fronteras, y decidieron viajar en un espacio común de todos. En un escenario en el que los privilegios deben ser erradicados. Esto es, quizás, lo que más duele que se pueda tener la sensación de situaciones privilegiadas, frente a territorios y personas. No tiene por qué ser el escenario de una bandera, frente a otra bandera; o de un himno frente a otro himno; o de una historia frente a otra historia. En este país el sentimiento de fraternidad de un hecho territorial lo sentimos todos. Pero lo imponemos pocos. No se puede dejar de encorsetar el falso diálogo envuelto en tirachinas geográficos. No puede ser que el escenario de la Unión Europea de apertura de territorios, legislación, idiomas, cultura, tenga ofrecido a la tolerancia su riqueza. Y en este país sigamos cuestionando si uno debe tener una singularidad que lo hace diferente, porque aquí está el debate. No al diferente, que es la riqueza, sino que esa supuesta diferencia sea un peaje por el que hayamos que resquebrajar escenarios de diálogos y concordia.

Duele algo observar cómo una de las normas más capitales, que son los presupuestos, pudieran tener derivaciones que tienen más que ver con posiciones de privilegios que con esa solidaridad interterritorial. El terruño a todos nos duele, pero no debería ser la excusa inexcusable para fragmentar sociedades. Un estado social y democrático de Derecho basa su esencia en dar carta de naturaleza a la Ley, como generadora de la paz social y el juego de las mayorías democráticamente generadas y constituidas.