El mundo esperaba un papa joven, rezumando vigor y, con los brazos abiertos, se asomara al balcón de la Basílica, como abrazando a la multitud. Los medios hicieron quinielas con fuertes personalidades, cual líderes brillantes. Un fiasco. Dios no escribe así... La plaza rugía de gozo ante el "habemus papam" y el mundo abría los ojos ante el anuncio. Un tembloroso cardenal Taurán proclamaba al nuevo Pontífice: Francisco , antes cardenal argentino, Jorge Mario Bergoglio , de padres italianos.

Ante la masa que grita, aparece un papa perplejo y pudoroso, pues parece no creerse que es el nuevo Pontífice. Estupor en el rostro, timidez en el ademán. No abre los brazos, ni gesticula. Pasan segundos, observa y mira con ojos de pasmo, se deja ver. Pero hay que reaccionar. Y lo hace con dos oraciones: para el obispo emérito y para sí mismo. Hondo silencio, que aminora el impacto emocional. Abrumado, y la voz apagada, empieza a hablar con sobrio lenguaje de manos. Pero, ¿no se esperaba un papa rompedor, tras el cansancio de Benedicto XVI ?

El mundo se engañaba. Tenía ante sí otro similar, pues se ha evidenciado que, en los destinos de Dios, estaba continuar la mansa humildad de su predecesor, cuyo cayado de pastor fue certero timón de la barca de Pedro . Lo que ha ratificado al inolvidable papa alemán. ¿Qué prueba puede haber más elocuente? Una mansedumbre envuelta en coraje, cuando hay que defender la fe católica, denunciar la heterodoxia y dar un no rotundo a doctrinas y principios que van contra las directrices de la Iglesia.

Así actuó siempre este austero cardenal jesuita, que viajaba en autobús, que besaba los pies de niños enfermos, que deseaba ser padre y no eminencia, que hablaba desde la cercanía evangélica. Serán ahora sus mismas armas, nacidas de una profunda vida interior, y será así su camino, iniciado en las fuentes evangélicas. Con ellas luchará contra el relativismo, la inmoralidad, la corrupción y la soberbia de la vida, sin perder los pasos del poverello, pues vivía en un apartamento de 30 metros, se hacía asimismo la comida, en una ciudad, al fin del mundo. Siempre se preocupó por los problemas sociales, es dialogante, mas no transige si se daña el mensaje que proclama. El futuro está ahí, pero Francisco I caminará con el aliento de todos, para hacer la renovación precisa y, si hubiera algo que limpiar, lo hará sin desmayo.