TEtstamos ante dos polos de tensión, Gibraltar y Egipto, de envidiable ubicación geoestratégica. Punto de ignición el segundo, es el primero un quebradero de cabeza para España, desde el Tratado de Utrecht, amañado por Inglaterra. Desde entonces, un 'statu quo', insostenible, ha propiciado tropelías que siempre torpedearon una digna solución. De ahí que el inefable y bravucón Picardo --carilleno y cuello de toro-- creyéndose un pequeño Napoléon , haya dicho la colosal tontería de que "antes se congelará el infierno que Gibraltar retire los bloques".

¿Qué pensará el divino Dante ante tal estupidez? Simuló no saber que la alta política se cuece en la UE, como probó la conversación Rajoy-Barroso , haciendo que Bruselas envíe observadores a la Roca, en septiembre. Mientras, la arrogante Royal Navy ¿pretende asustarnos con el recuerdo de la victoria de Nelson en Trafalgar? De todos modos, los llanitos siguen felices con sus negocios: se blanquean capitales, vegeta un paraíso fiscal y nos escandaliza un pujante nido de contrabandistas; arrojan toneladas de hormigón a los fondos de aguas españolas y hasta nos roban la arena para un nuevo espigón.

Y continúa 'sine die' la resolución de la ONU sobre la descolonización. Mas García Margallo ofrece diálogo, si se retiran los bloques, al que el premier británico responde que hablarán de todo menos de soberanía. Esta es el verdadero meollo y el asunto nuclear con que España se da bruces, desde hace 300 años.

La imagen de Egipto refleja una realidad gravemente herida, sin peaje en el canal de Suez, sin petróleo y con la quema de iglesias coptas por el fascismo teocrático musulmán, muy quebrantado tras ser detenido el líder espiritual de los Hermanos Musulmanes. Todo esto hunde el clamor de las pirámides, ahora en secarral turístico, se diluye el pasmo de Luxor y se olvidan el Valle de los Reyes y el Museo Egipcio, rodeado de tanques. Más la presencia de un terrorismo en El Sinaí. Que Dios quiera no termine todo esto en una guerra civil.