WEw l nuevo clima político entre el Gobierno (PSOE) y el principal partido de la oposición (PP) se puso de manifiesto ayer en la respuesta unitaria que unos y otros dieron a la ofensiva etarra de este fin de semana que se ha saldado con tres coches bomba, un muerto y varios heridos de diversa consideración. Rodríguez Zapatero agradeció públicamente el respaldo de Rajoy, a quien mantuvo informado de lo sucedido, y el dirigente popular renunció a sacar partido de la violencia terrorista para erosionar al Gobierno. Todo ello parece poner en evidencia una circunstancia que ha estado demasiadas veces ausente de la vida política en los últimos años: que la política antiterrorista vuelve a ser una cuestión de Estado, al margen de las luchas partidistas. Nada que ver, por tanto, con lo sucedido en la pasada legislatura.

Este nuevo clima responde, obviamente, al giro moderado que han imprimido al PP Rajoy y su equipo después de su último congreso, pero también a que el Gobierno socialista --con buen criterio-- ha guardado en el cajón más profundo de una mesa de despacho su esperanza de encontrar una salida negociada a la violencia y se ha alineado con la tesis del PP de que únicamente es posible una solución policial y judicial contra la banda y contra sus brazos políticos y sociales: ahí están para demostrarlo las recientes ilegalizaciones de ANV y del Partido Comunista de las Tierras Vascas y las condenas a los dirigentes de Gestoras Proamnistía, entre otros. Todo esto resultaba inevitable después de que ETA rompiera de forma unilateral la tregua y regresara al camino sin salida del asesinato y el terror, pero no está de más recordarlo para poner cada cosa en su sitio.

Como tampoco está de más reiterar la condena de los demócratas a los terroristas y volver a juramentarnos en el principio de que la democracia es más fuerte que la dictadura de la violencia y que, por mucho que los asesinos tensen la cuerda con una espiral de atentados, la sociedad no cederá ante el terror. La única salida que le queda a ETA es el abandono incondicional e indefinido de las armas, como ya lo han empezado a atisbar buena parte de sus presos históricos. Pero antes de que esto llegue, que llegará, la sociedad española va a vivir nuevos episodios de violencia. La desafección de presos y exiliados de la banda, que reclaman una salida a su situación personal, ya que no la ven para la estrategia etarra, debilita a ETA pero obliga a los irredentos a demostrar a bombazos que ellos están ahí.

Ante la previsible ofensiva terrorista, todo lo que se haga por reforzar la unidad de los demócratas deberá ser cultivado y aplaudido. Pero esta unidad debe ser sin exclusiones, sin las que se practicaron en el pasado con el PNV, y sin las que ayer, de forma chapucera, intentó resucitar el presidente de Cantabria, el regionalista Miguel Angel Revilla. Claro que el PNV merece críticas por su actitud ante ETA, pero no es el mejor momento para formularlas cuando la emotividad nubla la razón, porque la división beneficia a los asesinos.