Escribo desde Madrid, un lugar castigado por el frío, la lluvia y la muerte, una ciudad enferma y deprimida que simboliza estos días el desamparo de un país donde el número de fallecimientos no para de crecer. Pese al enclaustramiento, seguimos sin ver el ansiado pico al que se aferran todos los Gobiernos para tener algo «bueno» -o al menos promisorio- que ofrecer a la ciudadanía. Pero las estadísticas no acompañan. Muy al contrario, ayer mismo (martes, 30 de marzo) superamos el número de víctimas desde el inicio: 849 personas en 24 horas.

La película de terror a lo Stephen King prosigue y nuestro único consuelo es abrir las ventanas cada tarde para aplaudir a los sanitarios y solicitar a un Gobierno desnortado materiales que nunca llegan.

Madrid languidece, como languidece todo el país, y no tiene quien lo cure.

Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, a quien yo no contrataría ni para pronosticar el parte meteorológico del día anterior, ya asiste a las ruedas de prensa por videoconferencia después de que él mismo se haya contagiado por este virus que, recordemos, decía que habría «solo algún caso» en toda España.

El coronavirus nos ha pillado con el pie cambiado, cierto, pero desde hacer todo lo posible por frenar su expansión a no hacer nada hay una gradación, y este Gobierno eligió lo segundo.

Y, mientras tanto, la tortura nos persigue: familiares infectados o fallecidos, enclaustramiento, falta de medicamentos y complementos sanitarios, niños confinados, precariedad laboral, paro y noticias falsas colonizan nuestra circunstancia. Desconectar de este mundo enfermo para ver una serie televisiva, leer un libro o hacer ejercicio en casa es tarea cada vez más difícil conforme pasan los días.

Escribo desde Madrid, un lugar asolado por el frío, la lluvia y la muerte... y la desesperanza.

*Escritor.