Este sábado se ha conocido la buena noticia de que Portugal y España han escogido la frontera de Badajoz/Caya para hacer oficialmente la reapertura de los pasos entre ambos países, una vez pasada la fase más crítica de lo que empezó como epidemia en China y ha acabado por pandemia en todo el mundo, con la necesidad general de reactivar economías turísticas y de circulación de personas que se han convertido en una industria más.

En el puente José Saramago estarán el rey Felipe VI, el presidente de la República lusa, Marcelo Rebelo de Sousa, y también los carismáticos Antonio Costa, primer ministro portugués, y nuestro Pedro Sánchez. La elección de este punto demuestra que es la unión central y esencial entre ambos países, el principal punto fronterizo, el que comunica los troncos de ambas naciones, porque une a sus capitales, Madrid y Lisboa, las que han nucleado las grandes naciones que ambas son, cuando ambos estados se convirtieron en potencias e imperios.

Atrás quedaron el ducado de Portucale al norte, origen de la nacionalidad portuguesa, con sus capitalidades en Guimaraes, Oporto, y el viejo reino leonés que tras avanzar hacia el sur se asentó capitalmente en la ciudad de León, para al final transformarse en unión de coronas y España con sede en Madrid, al igual que en el siglo XIII con la seguridad tras la Reconquista Lisboa representaba esa nueva centralidad geográfica.

La presencia del monarca español, del presidente de la República, viene a reivindicar la importancia del eje ibérico principal en cuyo centro, entre ambas capitales, se sitúa Extremadura, y que sufrió por ello siglos de guerras de frontera, de reinos, padeció ruinas y hambrunas lo que hoy debería cobrarse y recuperar en forma de beneficios. La presencia del monarca y del presidente se acompaña de los gobernantes reales, esos que deberían impulsar la alta velocidad ferroviaria Madrid-Lisboa, y la instauración de un corredor de desarrollo y vitalidad, industrial, comercial, cultural y turístico que saque a Extremadura y al Alentejo de las últimas posiciones de desarrollo en los respectivos países.

Ya no es siglo de territorios de nadie, despoblados, de franjas fronterizas de respeto; de esas ‘estremaduras’, o límites entre reinos y tierra por la que ninguna parte se interesa, sino de eje reequilibrador peninsular que a su vez libere a los ejecutivos de Lisboa y Madrid de las presiones y compromisos excesivos de sus ‘lobbys’ territoriales del Duero y del Ebro respectivamente.

Es contradictorio para estos dos países ibéricos que en este punto tan cercano a Badajoz se den cita sus máximos mandatarios, pero no hagan de él un polo de desarrollo compartido, o lo desnuden con hechos como el que compartieron en su día de sacar de Extremadura la única y vetusta conexión ferroviaria entre sus capitales.

La realidad trata de avanzar en terrenos que por lo que sea, y siempre tenemos la duda de un cierto desinterés luso por no facilitar una comunicación debido al desigual tamaño demográfico y económico de ambos países, los políticos no transitan, y ahí estaría el interés de una empresa por instalar una fábrica de baterías de litio para automóviles en Badajoz, aprovechando la, proyectada pero futura todavía, comunicación con el puerto de Sines.

Una fábrica que estaría ahí por la atracción y facilidad de la plataforma logística del suroeste europeo. Lo cual demuestra que en gran medida son decisiones políticas las que indican los lugares de localización económica; han pasado décadas de aquel plan franquista de polos de desarrollo -bien que aprovechó Vigo el suyo, con el asentamiento de Citroen- y de la decisión política de ‘repartir’ entre Madrid y Barcelona las fábricas de camiones (Barreiros, Pegaso) y coches (Seat), y son buenos ejemplos.

Es por ello mismo que hay que exigir desde el oeste español -Asturias, Castilla y León, y Extremadura han vuelto a perder habitantes según los últimos datos- una política de reequilibrio territorial, que conecta en buena forma con este eje centro-oeste que es Madrid-Extremadura-Lisboa.

* Periodista