XSxiéntate a conversar con el mal al atardecer y amanecerás prendido en su red , reza un viejo proverbio monacal, posiblemente del siglo VIII, que se encuentra escrito, en griego clásico, en las paredes de un antiguo santuario de Creta que mira al mar desde un vertiginoso acantilado.

Seguro que dentro de unos meses, o tal vez unas semanas, saldrá nuevamente algún ingenuo a volver a plantear el diálogo para solucionar el problema del terrorismo. Seguro que habrá todavía quien considere que el asunto es en el fondo político y que la raíz de los males de ETA está en la falta de entendimiento. Y hablarán y hablarán, y discreparán los unos y los otros: que si los presos, que si el autogobierno, que si la autodeterminación, que si los pactos; el lendakari, el Ministerio del Interior, las asociaciones de víctimas, el Foro de Ermua, el presidente del Gobierno, sea quien sea después de los comicios, los diputados, los políticos, los periodistas, los ciudadanos... ¡Qué hartazgo!

¡Silencio, por el amor de Dios! Que callen las voces, que cesen las palabras, los comentarios, los artículos... Silencio por un tiempo ante el mal. Cualquier hombre de bien, de corazón limpio y alma sensata, se queda mudo ante este zarpazo diabólico, cruel e incomprensible. No se puede permanecer indiferente, pero las palabras están ya de más. Todo se ha dicho. Ya sólo queda el silencio y la acción.

¿Todavía no se han dado cuenta de que el terrorismo es el mal en estado puro? No cabe más estudiarlo en su origen, ni buscarle explicaciones, ni matices, ni dudas, ni, menos aún, disculpas por leves que sean. La teoría de buscar la consecución de fines políticos creando el terror y el caos es una perversión ilimitada, que no puede tener cabida siquiera en el más remoto pensamiento de las generaciones de nuestro nuevo siglo. Es el mal por el mal. Y detrás del terrorismo está la civilización del odio y de la muerte. Nunca se puede justificar la matanza de inocentes, por supremo que sea el fin que se persigue. El corazón del hombre es un abismo misterioso del que brotan en ocasiones designios y acciones de inaudita ferocidad, capaces de trastornar la vida serena y laboriosa de los pueblos. Es la maldad humana que acompaña a la vida sobre esta tierra; pertenece a ella. Pero, aunque parezca que esta tenebrosa sombra amenaza con prevalecer, sabemos que se le puede vencer. Nuestra sociedad democrática y pacífica, que tiende a la justicia, no se puede dejar amedrentar por esta diabólica y venenosa lacra.

Y no nos equivoquemos, en esta hora de sufrimiento no debe la sociedad dejarse vencer por el miedo, la desesperación o la venganza. Son la serenidad y la reflexión ante el mal las que guiarán cualquier acción. También nos engañaremos si creemos que la fuerza militar por sí solo podrá derrotar al terrorismo. Deben ser todas las fuerzas sociales, unidas, aislando al mal; sin diálogos huecos, sin discrepancias, sin titubeos.

Como en el proverbio cretense, el mal puro se beneficia de cualquier conversación; toma su respiro del diálogo y saca su beneficio de la confusión generada en el bien. El diálogo es en sí bueno y nunca hizo mal a nadie. Se puede dialogar con los adversarios y obtener el bien de la conciliación. Pero contra el mal desatado y ciego es el convencimiento una pobre barrera. El terrorismo se alimentará y fortalecerá sus razones si alguien le da pábulo de sentarse a la mesa con él. Con esta última acción han perdido definitivamente cualquier remoto asomo de razón que algún ingenuo pudiera darles. Se han alineado para siempre en el lado negro. Quien pretenda entrar en inteligencias con ellos será por cobardía o porque, en el fondo, está próximo a sus criminales ideas.

*Escritor