Algún día (espero que no muy lejano) nos reiremos de todo esto, como si no hubiera pasado nunca. Y hablaremos de cosas serias, importantes, no de lo que marcan algunos titulares y locutores encendidos, y dejaremos atrás las tonterías de turno. Quizá se escriban libros, aunque no creo, y tal vez hagan una película que superará con creces esa joya del absurdo que es Amanece que no es poco. A lo mejor algún heredero intelectual de Berlanga se atreve con un guion en el que todo está escrito, y en el que realidad y ficción apenas se distinguen. Ocho apellidos vascos. Ocho apellidos catalanes. Ocho mil patochadas sobre la independencia de Cataluña. El título es lo de menos. El argumento es claro y el único problema es encontrar unos actores a la altura de los personajes reales. O un público que quiera pagar por contemplar en la pantalla aquello que los medios ofrecen gratis cada día. Las localizaciones están claras. El puerto de Barcelona. Plano general. Cruceros donde se alojan las fuerzas policiales venidas de fuera. La cámara puede irse acercando lentamente a los camarotes definidos como zulitos por un ocupante que cuelga las fotos en la red. Fuera, se puede grabar algún plano de las tanquetas antidisturbios sin estrenar. Luego la cámara puede hacer lo que quiera. Material, así en bruto, hay de sobra. Igual que líneas argumentales. Podemos tomar por ejemplo a ese hombre que despide emocionado a los policías que marchan hacia Cataluña. A por ellos, les dice, como si esto fuera un Mundial y Sara Carbonero fuera a aparecer de un momento a otro para besar a Iker Casillas. Otro manda jamones. También podemos contar de forma paralela el reino de Taifas de los cuerpos policiales. O la historia de las urnas en los centros públicos. O las papeletas escondidas, que darían mucho juego. Sería un final espectacular. Lo de menos es que sea creíble, solo tiene que estar a la altura de esta astracanada. Imaginen un vendaval que agita un montón de papeles blancos. Primer plano de una pintada contra los defensores de la abstención. Banda sonora de Serrat. Algún fragmento de Marsé. A lo lejos, se oye la sirena de uno de los cruceros alejándose. Triunfa el sentido común, como en todas las películas de ficción. Fundido en negro.