TQtue la Fura es un acontecimiento allá por donde actúa, nadie lo discute. Que el estreno y pórtico del Festival de Mérida no ha podido ser más brillante, tampoco se discute. Que la Orquesta de Extremadura estuvo por encima de lo esperado, tampoco.

Hace ya más de veinticinco años que surgió esta forma de ver la realidad de la mano de unos demiurgos como ellos se definen, creadores de sus propias serpientes, de sus génesis, de sus caminos. Si el espíritu furero estallaba en acciones, montajes audiovisuales, espectáculos teatrales etcétera, y entregaba al teatro español una nueva dimensión con sucesos como Noun , MTM u Ombra , la Fura ha sabido encauzar ese espíritu en un recorrido no exento de escollos hasta llegar al dominio de los elementos tanto mecánicos, audiovisuales o conceptuales. Alguien comentaba que para este milenio de metal y asombro, de gigantes y cucarachas, la Fura ha tomado el relevo de aquellos coloristas, soñadores y mediterráneos sensuales que eran Els Comediants de la Expo. Carlos Padrissa , director artístico de La Fura, y criatura mixta entre genio y payés, declaraba que todo es fruto de la percepción. Y no le falta razón porque aquí, en este cambalache que nos rodea, quien percibe es capaz de crear. De su percepción obtuvo una imagen inquietante, el pasado enterrado del Teatro de Mérida (y de todo el teatro) y el futuro enterrado del teatro (incluido el de Mérida). Por eso elevaba hasta las estrellas a los mortales que buscaban la luz. Brillante comienzo de un festival que quiere indagar, girar las ópticas, buscar motivos para seguir acudiendo al teatro y elevar exigencias que impidan la acumulación de escombros.

*Dramaturgo y directordel consorcio López de Ayala