TCtuando las furias religiosas salen de la redoma e incendian y condenan cuanto no sigue sus dogmáticos principios, me viene a las mientes la relatividad que proporcionan los estudios comparados de las religiones y la conveniencia de revisar los orígenes, ascendencias y censos de los dioses y sus seguidores. Por ejemplo, no se sabe muy bien si los dioses crearon al hombre o éste inventó a los dioses. Feuerbarch defiende que el hombre hizo a Dios a su imagen y semejanza; Gustavo Bueno que el hombre, en una primera fase, hizo a los dioses a imagen y semejanza del animal que le daba carne y pieles para quitarse el hambre y el frío. Tampoco está muy clara la muerte del mismo: si Dios ha muerto como decían Plutarco y Nietzsche o si puede matar, como dibujan los caricaturistas daneses.

El censo y las capacidades divinas es tema complejo: desde el dios desconocido que san Pablo anunció en Atenas, hasta la pléyade que manejaban los romanos: más que hombres, decía Plinio . Tres tenían estos caprichosos para la puerta de la casa: Lórculo , para cuidar la tabla; Cardesa para el quicio; Limentino , para el umbral, oficios que podía cubrir un eficaz portero y ahorrar en divinidad.

En cuanto a las obras hay menos disensiones: hechos procedentes de los evangelios búdicos y préstamos de leyendas muy conocidas en el ámbito helénico, han homogeneizado su quehacer: todos tuvieron una concepción milagrosa, una estrella sobre su cuna, la tentación del demonio, el paseo sobre las aguas sin que les temblara el pie, la multiplicación del pan para alimentar a la muchedumbre hambrienta, el agua cambiada en vino que ya celebró Dionisios , la resurrección del hijo de la viuda, comentada por Apolonio en las puertas de Roma. Y todo esto convendría tomárselo sin atisbo de fraude alguno, sino como una visión estructural donde lo que domina es la cadena significante. Esa desatada rabia islamista que devasta y aniquila cualquier pensamiento no alineado con el suyo, no sería tal si se miraran un poco la historia de los dioses y las religiones, el empeño de todas en la otra vida y su autosuficiencia en declararse únicas y verdaderas.

¡La ignorancia, ¡ay dios!, esa es la condena!

*Licenciado en Filología