El fútbol de élite se ha convertido en un espectáculo que mueve mucho dinero. Para algunos, pues, también es un negocio, un gran negocio. Esto se ve claramente en el Mundial de Suráfrica, que hace correr no solo a los jugadores, sino también a televisiones, periodistas, espectadores, políticos, empresarios, inversores e intermediarios. Los premios económicos que se han pactado con los jugadores españoles si van pasando eliminatorias son un caso escandaloso, más aún en tiempos de crisis económica. ¿Han pactado también que los jugadores pagarán sus buenas cantidades si quedan eliminados?

Pero en el fútbol además del dinero también son importantes las emociones y los sentimientos. El club de tus colores te puede alegrar o entristecer. Según el juego y los resultados, puede ser que se produzca un aumento de la autoestima colectiva o bien que se caiga en el desánimo y la depresión. La identificación con el equipo puede llegar a servir de excusa o de ocasión para hacer barbaridades, avivar odios, justificar conductas indignas.

Lo que a estas alturas cuesta mucho de entender es que alguien diga aún que el fútbol --o el deporte en general-- no tiene nada que ver con la política. ¡Por supuesto que tiene que ver! ¿La enemistad entre el Barça y el Madrid es solo deportiva? La cosa llega a extremos peligrosos, porque no es el equipo francés el que se sabe derrotado cuando lo ha hecho muy mal, sino que, por lo visto, es toda Francia la que se siente humillada. Y el presidente Sarkozy habla con el capitán, Thierry Henry , y se ocupa del caso como de un asunto de Estado. ¿El presidente hace lo mismo cuando las empresas francesas despiden a miles y miles de trabajadores, o cuando la cultura francesa pasa dificultades y retrocede en presencia e influencia? (Pongo ejemplos franceses, pero se pueden poner otros prácticamente de todas partes. De España, también, claro.)

El precio de los sentimientos es tan grande que parece que, de momento, solo los pueden pagar las televisiones y el fútbol.