Decía Flaubert que el futuro nos tortura y el pasado nos encadena y que por eso siempre se nos escapa el presente. No sé si fue eso lo que le ocurrió a Rajoy, fuera de sí al verse titulado de indecente, cuando predijo a su oponente mal encarado a la sazón, cuando tan gentil suele ser, que nunca sería presidente de gobierno. El tiempo ha quitado la razón al político popular, que es lo que suele hacer ese viejo dios con la gente normal y corriente cuando ejerce de Tiresias. Aunque, probablemente uno de los problemas de quienes consiguen el éxito, renombre y triunfo durante cierto momento de su vida, es que, motu proprio o por obra de su cohorte de pelotilleros, se aíslan de la realidad y llegan a creerse distintos, si no superiores al resto de sus semejantes.

Es difícil que el triunfador ocasional o permanente se libre de tan peligroso síndrome por muy maduro que se le suponga, y, si es comprensible que les ocurra a los ídolos con pies de barro que pronto se desploman o desaparecen, no se entiende que tanto personaje notable se niegue a escarmentar en cabeza ajena. Efectivamente Rajoy, cuya resistencia parecía a prueba de todo, terminó encadenado por su pasado y sucumbió a la moción de censura, arribándole un futuro que de ningún modo se esperaba hace un año. Parece que ese presente le está resultando mucho más gratificante de lo que él creía pero ¡cuántas veces, querido lector, no hemos dicho cada uno de nosotros: lo hubiera hecho antes si lo hubiera sabido! Ahora Sánchez, cuya resiliencia es lo que prefieren destacar su numerosa cohorte de pelotilleros, fija en 2030 el horizonte de sus políticas, sean estas las que sean, pues va de bandazo en rectificación. E Iglesias, al que muchos daban ya por insignificante, contraataca sacando pecho y profetizando que en 2020 estarán gobernando, si es que no lo están haciendo ahora. No sabemos si el futuro les devorará o les consagrará. Por el momento, el presente sensato ha demostrado que lo del Nobel a Puigdemont, o bien era Fake o bien majadería. No desesperemos, pues.