La crisis siria dejó en un segundo plano la agenda económica del G-20. Los países más poderosos del mundo se han limitado a constatar que no puede darse por cerrada la recesión. La recuperación es tan débil que hablar de ella exige prudencia. Junto a esas obviedades, la cumbre ha certificado algunas cuestiones de interés. Por un lado, el euro y su futuro ya no están en el ojo de huracán, lo que permite que economías como la española se tomen un mínimo respiro.

En el capítulo opuesto, el G-20 ha vuelto a anunciar planes para frenar la monumental elusión fiscal de las multinacionales; y apenas ha adoptado medidas para controlar la llamada banca en la sombra que elude todo tipo de regulación. Es decir, que las bases que dieron lugar a la crisis siguen intactas. Por último, el G-20 ve con preocupación que la normalización occidental causa desequilibrios en economías emergentes. Los capitales que huyeron de Occidente regresan, lo que provoca problemas de financiación en las economías más pujantes del planeta.