Dictan la lógica y las matemáticas que para anular la validez de una teoría basta con un único dato que la contradiga; y el dato que tira por tierra esa teoría, sin fundamento real, de que Pablo Casado recupera los valores conservadores y nos defenderá mejor frente a separatismos y otros totalitarismos identitarios, el dato que lo delata, se llama Galicia; pues, estando en su mano que Galicia abandone la perniciosa inmersión lingüistica y deriva regionalista impulsada por Feijóo, Casado no mueve un dedo por impedirlo ni por ponerle coto. Mientras desatiende, sin rubor, la igualdad frente al hispanicidio en Galicia, donde manda uno de sus barones, promete defenderla en Cataluña, donde no tiene poder alguno. No por sus palabras, sino por sus obras los conoceréis. Así que no necesitamos tener al señor Casado en La Moncloa para saber lo que haría: ya está mostrando ser sólo un rehén más del pensamiento único, otro obediente monigote al servicio de un sistema que lo supera, otro farol para engañar a media España mientras la lleva al redil sin cumplir ninguna de las promesas que ahora le hace.

ropa interior

¿Progreso o retroceso?

Alejandro Prieto Orviz

Gijón

No es algo que me moleste, perturbe o deje estupefacto, simplemente no entiendo de qué va el tema de llevar visible la goma o parte superior del calzoncillo destacando la marca del fabricante en todo su perímetro. En realidad, nunca he sentido curiosidad ni concedido importancia a la firma de la ropa interior que lleva puesta la gente, pues no es una cuestión que aporte valor profesional ni humano. ¿Tendría que llevar el vehículo al mecánico atendiendo a la marca de slip usada por éste?

Pero cuidado, porque si no fuera suficiente con mostrar el nombre de la compañía del calzoncillo, parece que lo insuperable es sacarse fotografías donde salen las bolsas facilitadas en la compra. O sea, lo que distingue es el rótulo de los gayumbos y no la competencia y calidad de las personas.

La exhumación de los restos de franco

Desterrar signos de la dictadura

Isaías Mellado

Madrid

No he conocido a nadie que defienda la permanencia del cadáver de Franco en su monumento y sea verdaderamente demócrata. Deben ser los mismos que piensan que cambiar el nombre de una calle es cambiar la historia (ya ven qué fácil sería si fuese así), o que rendir honores a quienes luchaban contra la democracia no es apología de nada, simplemente un recuerdo para no olvidar lo sucedido.

No olvidar está muy bien, hacer homenaje del horror y la barbarie es otra cosa. Somos un país curioso. En España, el fascismo ganó y nunca fue derrotado. El tirano murió en edad provecta en una cama de hospital y eso, al parecer, impide señalar lo vergonzoso de esos años de nacionalcatolicismo y represión (a muchos de sus defensores debe parecerles favorable que encerraran a personas en la cárcel solo por su pensamiento político).

Ese atraso y retraso democrático que intentamos subsanar tardíamente es un deuda para con todos los que lucharon por la libertad en aquellos años y nunca la consiguieron. Una deuda para con nosotros y nuestra historia negra que aún no somos capaces de condenar con orgullo y sin que salga el retrógrado de turno a recriminarlo. Si bien una guerra civil es indeseable y abre la veda a actos abominables, siempre hay que distinguir qué bando defiende la opresión y cuál no.

Ya lo decía Alberto Méndez en la fabulosa introducción de su libro Los girasoles ciegos: «Superar exige asumir, no pasar página o echar en el olvido». Asumamos de una vez nuestra historia desterrando de lo público cualquier vestigio de dictadura.