Profesor

Leo en la prensa que a Ruiz Gallardón, brillante ganador de las elecciones a la alcaldía de Madrid, "no le gusta el fútbol, ni los toros ni las procesiones". Y pienso que, de haberse presentado en Cáceres, hasta uno mismo, tan alejado de la ideología del PP, tendría que haberle votado. ¿Cómo es posible que alguien que incluso podría ser el sucesor del inefable Aznar proyecte una imagen tan diferente de la que suelen mostrar los militantes "de toda la vida" del partido de la derecha? ¿No será que uno se ha quedado con el cliché de que el Partido Popular representa los sectores más conservadores y tradicionales de nuestro país y, en realidad, la nueva militancia del partido del Gobierno no tenga nada que ver con esa antigua imagen? Sería estupendo que así fuese. Ruiz Gallardón habla que da gusto oírle; encadena sus palabras con elegancia, con respeto exquisito a la sintaxis, sin incurrir en los tópicos verbales al uso entre tantos políticos de tres al cuarto; es cortés con sus adversarios, se enorgullece de su amistad con muchos de sus opositores y, según dicen, hasta ha perdido esa impertinencia juvenil de que le acusaba cuando era concejal el entonces alcalde Tierno Galván, el "viejo profesor".

Sin embargo, pensando sobre ello, a uno no le acaban de encajar las cosas. Porque, ciertamente, sería magnífico que el joven y prometedor nuevo alcalde de Madrid constituyera realmente la nueva cara del PP. ¿Se imaginan ustedes a algún alcalde de por aquí cerca interpretando al piano, como hace el futuro regidor madrileño con asiduidad y perfección, una sonata de Schubert? ¿Son capaces de soñar con que un alcalde de Cáceres, pongamos por caso, con independencia de su color político, pues en esto todos se parecen, pensara que acudir cada año a recibir una imagen religiosa, por mucho que ésta sea objeto de culto en la ciudad, es algo impropio de un cargo público en un estado aconfesional? De modo que eso, el que en ciertas ciudades de España existan alcaldes "populares" tan presentables, y, en cambio, en otras, los que tengamos presenten un aspecto tan vetusto, debe tener alguna explicación. No será casualidad. Porque de prepotentes y engreídos, sí, mucho; pero de tontos no tienen un pelo Aznar y los suyos.

¿Entonces? ¿Por qué en Madrid Ruiz Gallardón y aquí Saponi o Celdrán? ¿Qué hemos hecho nosotros para merecernos esto? Me arriesgaré a insinuar una respuesta. Los estrategas del PP, listos como el hambre, procuran elegir en cada lugar el candidato que menos suspicacias despierte en el hombre de la calle. ¿Que se trata de Madrid, capital moderna, con unas capas medias avanzadas, repletas de profesionales de formación universitaria, que de toros acaso les suene quién fue Manolete y de procesiones conocen las que hacen a las playas en Semana Santa? Pues Gallardón. ¿Que se trata de Cáceres o Badajoz? Ya saben. Pero no, por favor, no me hagan ustedes decir más de lo que deseo. No sería agradable que por hablar más de la cuenta algunos vecinos dejaran de saludarme cuando me vieran...