TNto nos engañemos, el PP no ganará las elecciones por mérito propio ni demérito ajeno, sino por desesperación del electorado. Cualquiera que analice la situación con templanza se da cuenta de que este desaguisado económico llamado crisis se nos hubiese venido encima gobernara quien gobernara. Ningún país se ha librado de los tentáculos de la crisis, aunque los más solventes y dinámicos, como Alemania, han soportado mejor sus sacudidas que los más endebles, como España. Digamos que los gobiernos colocados en el poder en el peor momento han tenido que vérselas con los exabruptos monetarios de los mercados y cada uno pagará un precio más o menos caro por su gestión. A Sarkozy ya le han cobrado un anticipo --el triunfo por mayoría de los socialistas en las elecciones al senado francés, aún restringido sólo al voto de diputados, alcaldes, consejeros regionales y municipales-- de lo que seguramente tendrá que pagar en las próximas elecciones presidenciales, dentro de siete meses. De igual manera, el CDU de Angela Merkel va cediendo votos considerablemente a los socialdemócratas en las sucesivas elecciones regionales de Alemania.

En España el PP tiene todo el viento a favor y ganará las generales del 20-N sin despeinarse. Nunca un partido político ha tenido que esforzarse tan poco para ganar unas elecciones. A Rajoy no le hará falta prometer, ni presentar un proyecto convincente, elaborado a base de medidas que tranquilicen al electorado por ser factibles. Su proclama es la creación de empleo a base de austeridad. Algo similar a la cuadratura del círculo, porque la austeridad significa ausencia de gasto, y el gasto es el fundamento del consumo, y el consumo la esencia del empleo. A estas alturas el consumo, aunque nos pese, es el mejor antídoto contra la crisis.

Rajoy puede permitirse el lujo de llegar a la Moncloa sin necesidad de adelantarnos sus planes de gobierno. No sabremos la longitud de sus tijeras hasta que veamos aparecer la rutilancia de su filo. Sabe que los españoles quieren que el PP gobierne su país, y que los desesperados nunca exigen condiciones.