El Brexit, el panorama político español, o la presidencia de Trump no son más que el resultado de la infantilización y estulticia que estamos sufriendo los votantes del supuesto primer mundo. La gente quiere un cambio, dice, y acto seguido, introduce su voto en la urna como quien lanza una granada, sin ordenar que se ponga todo el mundo a cubierto.

Un cambio. Como los niños aburridos en un viaje largo. Como adolescentes malcriados una tarde de domingo. ¿Pero qué quieres cambiar, alma cándida? Todo, contestan. Porque todo está mal y necesitamos algo nuevo, que nos distraiga.

Por eso eligen al que más ruido hace en las redes sociales, aunque sea diciendo que hay que levantar un muro en la frontera, que se puede meter mano a las mujeres si eres famoso y que el cambio climático en un invento para parar la producción nacional. Por eso votan a un showman, maquillado hasta la médula, que ha conseguido movilizar a su favor a quienes en principio deberían ser sus enemigos naturales. Le han votado las mujeres, los hispanos, los parados.

Le han votado los que creen que es mejor una nación aislada que otra que forma parte del mundo. Como en el Reino Unido. Y ahora los partidarios de la diversión continua, estarán celebrando el éxito de su experimento.

Solos contra el mundo exterior, amenazador y hostil. Es el triunfo de las cloacas de internet, la inmadurez de los adultos y el miedo a perder un sistema de vida que ya no puede mantenerse.

Lo que no sé es qué pasará después. Qué harán cuando hayan levantado el muro, expulsado a los inmigrantes, o bombardeado Irak para compensar con su petróleo el gasto de la guerra. Qué harán cuando vuelvan a aburrirse. Los experimentos se hacen con gaseosa, no con tu voto, en este noviembre que además de esto, y el anuncio de más impuestos y recortes, o la absurda huelga de deberes, continúa dejándonos la cabeza caliente y el corazón, frío.