TCtuando usted adquiere gasolina, se da cuenta de que cada vez le dan menos por esos treinta eurillos que suele echarle al coche para la semana; o que tiene que pagar más si quiere mantener esos treinta litritos para que le ande al menos durante siete días. También percibe que muchas gasolineras se han convertido en ultramarinos y puede usted comprar de todo, desde un ambientador para que esa torta del casar que le lleva usted a los parientes lejanos que va a visitar no le deje el tufo mondo y lirondo, hasta los tres kilitos de naranjas que tienen un aspecto que ni pintadas a mano; desde el bollicao que el niño viene pidiendo antes de que preguntara cincuenta veces "¿papa, cuando llegamos?", hasta esa peli porno que ha avistado en las alturas de una estantería del establecimiento cuya principal protagonista es Ava Lamore , esa mollares italiana que se le aparece en internet sin que usted quiera cuando menos se lo espera porque usted sin querer la busca. Y además, se da cuenta de que en muchas gasolineras, sobre todo en las ubicadas en las ciudades, le obligan a servirse el combustible. Marca la cantidad a adquirir pulsando un botón, toma el grifo y una voz femenina con tonillo de recepcionista de hotel domótico le dice "Ha elegido usted gasolina 95". Se sirve su gasolina, cuelga de nuevo el grifo y pasa por caja. Y le cobran el litro al mismo precio que se lo cobraron en la última gasolinera en la que repostó, donde un empleado le sirvió, le dio los buenos días, usted se los devolvió y casi terminan siendo amigos. Por lo menos en las gasolineras que racanean empleados podían vender más barato. Sí, algunas cercanas a superficies comerciales hacen descuentos cuando el cliente cumple una serie de requisitos. Aunque también es cierto que han recurrido a mecanizar al máximo el servicio instalando cajeros automáticos que pueden suplir el trabajo del cobrador. O sea, que usted se sirve y usted se cobra. Al menos podían regalar el bollicao del niño, o la peli verde para el papá.