Filólogo

El dichoso cartel electoral del PP cacereño no parece haber dado en la diana ni ser bien acogido por parte de una ciudadanía que se siente marginada y que hace tiempo había olvidado criterios localistas tan añejos: a estas alturas suena a chiste la prueba de pureza de sangre de Maltravieso. Y es que cuando las epidemias arrecian, no hay quien pueda con el bicho: hace unos días la lección de aldeanismo venía de Plasencia y ahora el brote salta Cáceres. Dicen, para arreglarlo, y lo dicen con modales desapacibles, que siendo de Cáceres, se conocen mejor los problemas, lo que no hace más que echarle aceite a la mancha. Es doloroso tener que aclarar que nacer en un valle o en una montaña es producto del azar y que los méritos lo son por uno y están más en la preparación que en el sitio. Excelencia y pata negra por el sitio, el de nuestro cerdo ibérico. Y punto. Por lo demás, este narcisismo de las pequeñas diferencias no logra otra cosa que la hostilidad en las relaciones de quienes más se asemejan entre sí y pretenden, desconsideradamente, sustanciar las jerarquías sociales, las exclusiones y los apartheids. Por intentar meter el dedo en el ojo a la otra candidatura, han dejado ciego a la mitad del personal, desde el obispo a Leopoldo el de la bicicleta --todos ciudadanos de hecho, de derecho y de impuestos, y tal vez, también, de entre los cien hombres justos, o así, por los que pueda salvarse esta ciudad.

No entiende muy bien el ciudadano elector que quien le pide el voto, sea el mismo que le desdeña, por eso la gente cuestiona y se precave de propuestas tan contradictorias, a no ser que el brote localista privilegie el reshus maltravesiano a la hora de ciertas regalías municipales. Algo que los "cristianos nuevos" rechazarían, como rechazan una sobreestimación de lo propio que propugna una subestimación de lo ajeno.