Los catalanes son extremadamente egoístas, los andaluces están siempre de fiesta y no se toman nada en serio, los antidisturbios son unos sádicos, los coches italianos son bonitos pero se estropean mucho…, los medios de comunicación manipulan la alerta sobre el coronavirus para crear miedo en el mundo y ocultar otros problemas. Etiquetar, alabar o descalificar, generalizar sin más a toda la especie, y por tanto, errar.

A los medios de comunicación, a una, a todos ellos, se les suele atribuir un extraño papel conspiranoico según el cual las direcciones de los mismos, el núcleo de jefes periodísticos y la ‘mesa’ donde se sientan los que deciden, son un grupo de maquinadores en contacto telefónico con los poderosos de la Comunidad, el país o el planeta, que manipulan a las ‘masas’ en pro de unos intereses ocultos y espurios.

Si supieran sin embargo esos críticos, ay, los equilibrios que tienen que hacer actualmente los medios por la situación económica, y la disparidad de criterios, puntos de vista, conceptos éticos, trayectorias culturales e ideológicas que hay entre sus directores y directivos, seguramente caerían con estrépito de esa idea que los sitúa a todos con el uniforme de una sola secta de la tergiversación.

Ya he leído alguna opinión que acusa como decía, generalizando sin distinguir ni discriminar, a «los medios de comunicación» de manipular conscientemente la actualidad tomando el covid-19 como una cortina útil para anestesiar y amedrentar a los ciudadanos, al servicio, es lo que nos toca al parecer, de las multinacionales que gobiernan por encima de los ejecutivos democráticamente elegidos.

Y en realidad, sentados a la mesa y ante el problema, en grupo o uno a uno, se trata de hacer un equilibrio honrado, ético y profesional entre la necesidad de informar de lo importante de esta crisis, o pseudocrisis, no sé, de salud mundial, sin caer en el sensacionalismo ni la exageración que aniquila a las sociedades y las deja indefensas, como inoculadas de hecho por el virus aunque biológicamente no estuvieran contagiadas.

Las autoridades están evitando en lo posible, y bien hacen, sacar a la palestra, al atril con micrófono, a esos políticos que no hacen más que pedir tranquilidad, una palabra desgastada y en estas cosas arriesgada porque, igual que muchos de ustedes, cuando un político sale pidiendo tranquilidad por el vertedero de residuos industriales de Euskadi, o el nuevo virus, yo también me pongo a temblar y tiendo a creerle menos de la mitad de lo que dice; es más, en este caso me lo imagino, recién terminada la declaración pública, poniéndose la mascarilla más eficaz y evitando dar la mano a cualquiera, recluido en coches de cristales oscuros y despachos de persianas bajadas.

Llevamos ya algunos precedentes de aparentes crisis mundiales de salud, como la gripe A, o las vacas locas, en las que los sistemas mundiales en general, y europeos en particular, demostraron una capacidad tecnológica solvente para descartar los fantasmas seculares de epidemias que diezmaban, y crisis tras las cuales nos preguntamos quién ha hecho el agosto, económico, con el asunto. Vacunas por millones que se compraron y tiraron sin usar, ahora el negocio de las mascarillas.

Pero no entiendo, y no es cosa de los medios de comunicación, el alarmismo y la sobreactuación, que más bien suele venir de la sociedad y salta a las portadas; ese cierto pánico de la incultura, de la irresponsabilidad, de la inmadurez, que lleva a pensar en suspender actos públicos, partidos de fútbol, o ferias; en suma, la idiotez contemporánea que lleva a estas sociedades a inmolarse en masa, porque vivir con miedo y recluidos, sin que haya llegado el virus, es como si lo hubiera hecho y nos hubiera en parte derrotado.

El nuevo peligro, y quizá sea eso, su novedad, y el que ya sabemos al instante lo que ocurre en cualquier parte del mundo, pasará seguramente como algo que ha producido muchas menos gravedades que la gripe; menos muertes que la carretera, que los accidentes laborales. Y el gran triunfo habrá sido, como dice el anuncio, que no cambie nuestra forma de vivir.

* Periodista