XSxi algo define al carácter de gran parte de los extremeños es la generosidad, el ansia por compartirlo todo con los otros. Puesto que la ventana de mi dormitorio cae justamente encima de un semáforo en plena nacional 630, me creo con autoridad suficiente para dar constancia de ello. Son las tres de la mañana y aún hay tipos de una generosidad sin límite empecinados en compartir con el mundo las delicias de su potente equipo estereofónico, en transmitir a los demás las exquisiteces de su educación musical, labrada por lo común en varios lustros de radio taxi y dos o tres generaciones de esmerado adoctrinamiento de los Cuarenta principales .

En el breve espacio en que el semáforo muestra su color verde y los automovilistas no tienen otra opción que pasar a toda velocidad por debajo de mi ventana, casi ni noto su ausencia, pues la clientela de una conocida terraza de verano que hay unos metros más allá suple con su alegre charla, con su jovial algarabía el vacío que dejan en mis tímpanos esos aparatos musicales, incluso diría yo que con un ardor desmedido. Quizá la compasión es lo que mueva a esta gente y tratan de hacerme olvidar con sus trasnochadas verbenas el apestoso olor que vomita la chimenea de Vinibasa y que el viento esparce por la ciudad con una generosidad contagiada.

Es cierto que no duermo en exceso, pero me dejan sin embargo toda la noche para darle vueltas a mis asuntos, para analizar, por ejemplo, la idiosincrasia de mis congéneres. Y es por eso que caigo en la cuenta del talante generoso de cuantos me rodean.

Tal vez usted no se haya percatado, pero si se fija un poco observará que en cualquier bar que entre siempre habrá alguien a su alrededor dispuesto a compartir con usted el humo de su cigarrillo, aunque sean las siete de la mañana y tenga usted el estómago en un puño, con el primer café del día. O le leen el periódico en voz alta, haciendo parada y fonda en las páginas de deportes.

Pero donde más se prodiga este talante generoso es en las consultas médicas. Si tiene usted la dicha de que su salud lo empuja a la sala de espera de un consultorio médico verá con qué profusión de detalles hay siempre alguien que comparte las vicisitudes de su operación de hernia, incluso es probable que no sienta reparos en mostrarle las cicatrices y en narrarle con minuciosa prolijidad cada uno de los síntomas, cada anécdota de la operación y los varios meses de convalecencia hasta hacerle vomitar, si es que posee usted un espíritu sensible. Pero que nadie se lleve a engaño y vaya a creer que hacemos esto por soberbia. Nada más lejos de la realidad. Somos de una humildad sin límites. Basta poner un poco de atención en las conversaciones de quienes hablan a voz en grito por el móvil, aunque estén en la sala de un teatro. Notará usted en seguida que las conversaciones ceremoniosas deben reservarlas para la intimidad, en público son todas de una simpleza parvularia. Fíjese sino en las emisoras de televisión y de radio locales. En los titulares de los periódicos. Comprobará usted qué sencillez, qué trato tan cotidiano, que lo mismo tutean a su señor padre que a un catedrático de Derecho Procesal, qué escrupuloso vocabulario y con qué esmerada dicción consiguen hacer sentir al espectador tan cómodo como si se encontrara en la verdulería de su barrio. Y con una educación y un gusto que ya quisiera más de uno.

El otro día, sin ir más lejos, en mitad de una película le sonó el teléfono a una chica que amablemente compartió con el resto de la sala más de cinco minutos de su amena charla, hasta que un tipo malencarado dio una voz y la mandó callar. Seguro que no era extremeño.

Luego dicen los informes que las demás regiones de Europa están por delante de Extremadura en casi todo menos en la recogida de basura. Yo creo que se equivocan. Sencillamente les cedemos el paso, por pura generosidad.

*Escritor