Espero que estos días de indignación pasen a la historia, espero poder contarles a mis hijos y nietos que yo estuve allí. Y espero poder contárselo de vuelta en mi tierra, aunque por ahora seguiré en el exilio. Hace cuatro años defendí mi tesis doctoral en España y emigré a Berlín para hacer mi posdoctorado. Así que, una doctora en química teórica llegó a Alemania para conseguir un buen currículo, dado que mi querido país había decidido invertir en ladrillo y turismo, y la burbuja de la que tanto se hablaba explotó. La crisis mundial, unida a los errores del pasado y las ansias de dinero y poder, cobró su deuda y la situación empeoró hasta límites insospechados de desempleo. Desde hace dos años solo me llegan noticias negativas: el paro sube y sube, hay recortes en políticas sociales y, lo peor, la gran desmotivación de la gente, la falta de ganas de hacer algo, aunque no se sepa bien qué. Pero surgió el movimiento de los indignados. Por fin algo se movía; la gente despertó. Qué orgullo, qué emoción. La gente se comporta de manera increíble. Leí que se acercaban a las plazas personas mayores, cuya pensión no debe superar unos cientos de euros, a llevar un par de barras de pan; vi a los abuelos unirse a la protesta, oí alguna declaración de adolescentes que se expresaban correctísimamente, con respeto.

Aquí, en Berlín, nos movilizamos unos cuantos. La semana pasada me enteré de que para organizar una manifestación en Alemania había que hacer un poco de papeleo y nombrar a un responsable, el cual está luego en contacto permanente con el jefe de la policía. Somos una minoría los españoles que vivimos en Alemania y hablamos bien el alemán, pero muchos alemanes se ofrecieron a dar su nombre para poder ayudar de alguna manera.

Nuria González García **

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