Lo que la gente ve es que a Garzón se lo quieren quitar de en medio, y que por ahí andan sus propios compañeros y, seguramente, alguien más. El disfraz litúrgico-jurídico con el que se pretende enmascarar el intento de defenestración del activo juez es, según la percepción general, tan burdo, tan traído por los pelos, tan transparente, que lo que la gente ve es sólo que van a por él con la artillería y la aviación. No sería la primera vez, ciertamente, que se concitan todas las furias de la naturaleza política y judicial, valga el pleonasmo, para acabar con el funcionario que osó cometer los dos pecados más imperdonables, al parecer, en esta democracia: ser independiente e intentar meterle mano a los crímenes del franquismo. Lo que la gente ve no es producto, tal vez, de la reflexión ni del análisis, y mucho menos del conocimiento de las anfractuosidades de la Justicia, pero sí de la vista, y lo que ve, porque lo tiene ahí delante, es que a Garzón se le quiere dar matarile, profesionalmente hablando, claro está. Otra cosa es, desde luego, que dentro de la gente haya gente que se alegre mucho de que a Garzón se le despoje de sus poderes contra los delitos gordos, es decir, que se le expulse de la Audiencia Nacional, pero incluso esa gente, o principalmente ella, también lo ve.

La prisa que se ha dado el Consejo General del Poder Judicial, su comisión permanente, en recoger los trastos del Supremo relativos al procedimiento en marcha contra Garzón, contrasta, en todo caso, con la lentitud con que se ha obrado otras veces y con la lentitud de la Justicia en general. Por eso, y por la propia génesis de lo que se interpreta como una persecución, la gente ve lo que ve, y buena parte de ella, la que aprecia los muchos e importantes servicios que el juez estrella ha rendido a la sociedad española, no quisiera verlo, máxime cuando en este folletín no falta el ingrediente, acaso menor pero horroroso, de la acción, un sí es no es cainita, de muchos de sus pares.