Los fuegos artificiales que acompañan los análisis poselectorales fueron ayer especialmente vistosos en el cielo del PP, como si pudiera establecerse una traslación mecánica de las euroelecciones --23 diputados para el PP y 21 para el PSOE-- a unas más que hipotéticas legislativas. Forma parte de los derechos del vencedor sacar pecho, pero cuando la abstención supera largamente el 50% y uno de los viveros más fértiles de votos socialistas --la comunidad catalana-- bate récords de pasividad electoral, es aconsejable ejercitarse en la prudencia y admitir que 3,7 puntos de ventaja es un buen resultado, y más para un partido que está en la oposición, pero de ningún modo puede considerarse un triunfo arrollador. Los populares han sumado en los últimos meses tres resultados destacables con la recuperación del Gobierno de Galicia, el avance --tímido, aunque decisivo para configurar una mayoría-- en Euskadi y el éxito cosechado el domingo, pero la experiencia demuestra que cualquier extrapolación a otras realidades electorales, y en primer lugar a unas elecciones legislativas, está carente de un mínimo de rigor.

De ahí que resulte tan sumamente desmesurado suponer, como hacen los dirigentes del PP, que ha llegado la hora de que el Gobierno de Zapatero se someta a una cuestión de confianza solo 15 meses después de que el PSOE ganara claramente las elecciones. Lo que en verdad precisa el país para combatir la crisis y recuperar el optimismo no es que el Gobierno pida la confianza del Legislativo, sino que consolide una política de pactos estable y deje de improvisar. Ir por otro camino a sabiendas de que lo más probable es que reúna los votos suficientes para continuar, pero más desgastado, se antoja una política de corto alcance que solo pueden considerar beneficiosa quienes ansían el poder por encima de cualquier otra consideración u objetivo.

La misma reflexión vale para los portavoces socialistas, que han desafiado a los populares a que presenten una moción de censura cuyo éxito saben imposible. Se trata de un gesto tan grandilocuente como vacío de contenido, aunque sirva para animar al graderío más fiel, porque lo que menos necesita el país es que el Gobierno abra un paréntesis para defenderse del acoso de la oposición en vez de centrar todas sus energías en reactivar la economía y sacar el máximo partido a los llamados brotes verdes, si los hay. Cualquier otra alternativa carece de sentido, y después de una jornada electoral poco propicia, aún más. Porque tan cierto es que los resultados del PSOE no pueden deslindarse del giro conservador general que se ha impuesto en Europa, como que el Gobierno está obligado a reflexionar con hondura y rapidez acerca de por qué muchos de sus electores del 2008 prefirieron quedarse el domingo en casa.