La decadencia de la crítica es un hecho innegable. Si en el ámbito académico se supedita a unas formas cada vez más estrechas, en el ámbito editorial se reparte entre los críticos comprometidos con proyectos editoriales o con el grupo de amigos que a su vez lo legitiman, en un ritmo que por otra parte hace casi imposible la crítica reflexiva, fomentando el impresionismo, el tópico y el elogio tan exagerado como vacuo. En este panorama, la mejor crítica suele provenir de autores situados al margen, como Jorge Rodríguez Padrón (Las Palmas de Gran Canaria, 1943) cuya dedicación ha oscilado entre lo local y lo internacional (la Editora Regional de Extremadura publicó, en 1989, sus Tentativas borgeanas) y sobre cuya prolífica obra, aún poco conocida fuera de su Canarias natal, acaba de aparecer Un gesto del pensamiento. Crítica, mímesis y tradición en la obra de Jorge Rodríguez Padrón (Editorial Mercurio).

Su autor, Iker Martínez (Bilbao, 1979) fue alumno de Rodríguez Padrón durante su etapa en un instituto madrileño, donde sus clases, verdadera «puesta en escena» de libros y autores, fueron para él «iluminadoras». Casualidades de la vida, una década después, ya como funcionario en el Instituto Nacional de Administración Pública, Martínez coincidiría en el trabajo con un poeta canario, Miguel Pérez Alvarado, que le reveló que aquel antiguo profesor suyo era en las Islas autor de culto para muchos. Se inició entonces un diálogo con sus obras en las lecturas de alguien que años después tomaría la decisión, no poco arriesgada, de abandonar su plaza para iniciar un doctorado en Filosofía, carrera que había estudiado a distancia mientras tanto.

Siempre me pareció una aberración que tengamos en Cáceres una Facultad de Filosofía y Letras donde nunca se impartió la carrera de Filosofía, y que los que estudiamos allí Filología tuviéramos asignaturas hasta de Geografía, pero no de aquella disciplina que hace a las personas más críticas y reflexivas. Se produce así a profesionales unilaterales, que saben realizar muy bien los análisis sintácticos, pero que no fomentarán ni una interpretación nueva sobre los autores de siempre.

Como en otros acercamientos de filósofos a la literatura, el de Iker Martínez, quien al inicio aclara que él «no es un crítico literario» ni «su formación no es tampoco filológica», resulta más fructífero que el de tanto filógogo que repite siempre los mismos pasos de baile. Más allá de eruditas cronologías o historias textuales, el autor va a la médula de Rodríguez Padrón, que ha sido entender su trabajo crítico «como una experiencia literaria en sí misma». Analizando una corta pero enjundiosa selección de textos del autor canario, Iker Martínez llega a una de las mejores definiciones que he leído de lo que debería ser la crítica, «ese gesto del pensamiento que rastrea en busca de los gestos diferenciales que recorren las diversas tradiciones literarias para señalarlos, desvelarlos y dialogar con ellos». Un gesto difícil de esbozar en esa «bipolaridad Universidad-industria editorial» que produce por un lado crítica «académica» y por otro crítica «militante», según Rodríguez Padrón, al que se le olvidó mencionar la crítica «aficionada» que prolifera desde las reseñas de Amazon al Facebook o Twitter de cada uno, y donde la cantidad sustituye a la calidad y el análisis.

Una visión muy distinta es la del autor canario, que entiende la tradición literaria como «palabra dada» que hemos de asumir de manera irreverente desde nuestras coordenadas y que da obras tan innovadoras como Conversación en dos días de otoño, donde Rodríguez Padrón dialoga con el poeta ruso Osip Mandelstam, abriendo caminos de lectura, desde luego, más incitantes que los de la encorsetada crítica dominante.

* Escritor