Gira, el mundo gira, pero en ocasiones gira demasiado, demasiado enloquecido, demasiado deprisa: aparece Julia Roberts , tan bella, y con sólo su arquitectura, rematada de una sonrisa descomunal, suscita la emoción. También hace películas y, en ellas, interpreta personajes, pero en las películas no es, pese al sofisticado atrezzo de luces, afeites y vestidos, tan guapa con en la realidad. Ni sus personajes, elaborados por docenas de hábiles y bien pagados guionistas, tan interesantes como ella, siquiera sea porque ella es una mujer de verdad. Pero gira, el mundo gira en su espacio infinito, y donde estaba la actriz, en el punto de atención en que se hallaba la actriz, aparece un tío, el director de un geriátrico madrileño, que cuenta a la cámara con escalofriante ligereza cómo, por despiste, se le han muerto los dos ancianos que olvidó en el interior de una furgoneta. El individuo tiene, si se me permite la expresión, cara de gilipollas, asegura que ha pasado muy mala noche en el calabozo, y está libre.

Gira, el mundo gira, y va, a esa velocidad incomprensible de los astros y los planetas, de lo bello a lo siniestro. De súbito, la comisaria de Justicia de la Unión Europea, la señora Riding, que fue desautorizada y execrada por los barandas del continente por afear a Sarkozy su conducta fascista con los gitanos, renace de sus cenizas, se rehace, y con unos huevos que ya quisieran algunos de esos barandas, Zapatero sin ir más lejos, vuelve a la carga, a su deber. Pero el mundo gira, gira, gira, y donde estaba Riding aparecen los matones de Falange que apalizaban a las esposas de los republicanos, que las rapaban al cero, que las obligaban a ingerir aceite de ricino para, acto seguido, pasearlas por las calles mientras el tósigo hacía su efecto. Bueno, no son los matones los que aparecen, sino sus epígonos, sus fans, y se descojonan de que en Andalucía se quiera reparar, mediante una pequeña y simbólica indemnización, a aquellas mujeres.