La cumbre semestral de Mercosur, celebrada en Córdoba (Argentina), difícilmente será recordada por sus acuerdos económicos. La imagen dominante ha sido la de Hugo Chávez, presidente de Venezuela, triunfador y amenazante; y la de Fidel Castro, asistente por primera vez a estos encuentros, feliz de seguir protagonizando actos de desafío a Estados Unidos, como el acuerdo que ha conseguido para mejorar las relaciones comerciales con los países de Mercosur que rompen, otra vez, el embargo norteamericano a la isla caribeña.

Se veía venir desde que los países creadores de Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay) aceptaron como miembro de pleno derecho a Venezuela, que aportó como señuelo suculento sus petrodólares y la promesa de extender un gran oleoducto que recorra toda Sudamérica.

La ambición de Hugo Chávez es sumar a Bolivia y México. Difícil, porque el primero debería renunciar al pacto andino y el segundo al Tratado de Libre Comercio (ALCA en siglas inglesas) con Estados Unidos y Canadá. Y además, la realidad económica es otra: Argentina y Brasil son, en la región, como Francia y Alemania en Europa. El único eje posible que sume voluntades. Que no está sucediendo lo demuestran los múltiples contenciosos bilaterales, como el de Argentina y Uruguay por fábricas papeleras o Brasil y Bolivia por las nacionalizaciones de Evo Morales. Mercosur avanza con mucha más lentitud que la retórica de sus protagonistas.