THtay actos políticos que necesitan un clima escénico y un público afín al espíritu de la convocatoria. Pienso en el acto de reconciliación entre la etnia gitana y la Guardia Civil, que se ha celebrado en Madrid y que ha consistido, fundamentalmente, en la derogación solemne de la cartilla de la Benemérita, dictada en 1845, que incluía artículos represores del espíritu prelibertario de los de la raza de bronce. La presidenta de la Asociación Gitana Yerba-Buena, la señora Pilar Heredia , destrozaba con sus manos las páginas dedicadas al pueblo calé. Los dedos de la dama se movían con la gracia que adquiere el cuerpo de una bailarina y ponían emoción al momento. El aplauso brotaba unánime.

La política tiene colores y si el morado es el de la República, de verde debió vestirse el hermanamiento entre los que fueron represores y los que no tuvieron más remedio que asumir el papel de reprimidos. Verde es el color del uniforme de la Guardia Civil, y hasta de color verde vio el poeta García Lorca la luz de la Luna, testigo de la eterna huida romaní de la fiebre persecutoria de los agentes del tricornio. Lástima que se haya esperado tanto a dar este paso. La voz de Paco Rabal, con la lectura de unos versos del Romancero gitano, pudo ser la nota de color de una celebración que se convierte en símbolo de una convivencia que a veces no existe ni entre los payos.

El conocimiento entre las personas es la madre de todas las comprensiones. A la Guardia Civil se la instruirá en las peculiaridades de la raza que fue perseguida. Entre ellas, la de la lengua caló. A esperar ahora al primer gitano con tricornio. Y, ¿por qué no una boda entre la agente paya y el guardia calé Sería el bello contraste con la imagen ya tópica de la conducción armada de unos presuntos por la pareja caminera.

*Periodista