TLta llamada globalización posee sus ventajas y sus inconvenientes. Por un lado, parece mucho más difícil que la satrapía quede anónima e impune, y, por otro, homogeneiza estéticas y consumo, lo cual no siempre resulta enriquecedor. Tiene la virtud de alertar mundialmente sobre injusticias, pero también narcotiza la solidaridad, porque hay tanta demanda que supera a la oferta. Sin embargo, la globalización no es tanta como parece. Encontrarse con el mismo establecimiento de McDonalds o con la misma ornamentación aeroportuaria, de tal manera que sea imposible saber en qué país te encuentras, no significa otra cosa que el matiz más superficial de una cercanía que debería ser más profunda, en aspectos de mayor jerarquía.

Por ejemplo, el pucherazo en las elecciones nicaragüenses, ese hachazo que se le ha dado a la democracia representativa, no se hubiera podido dar en Europa, o, si hubiese sucedido, la repulsa y el aislamiento habrían sido inmediatos. Es muy difícil pasar de la Dictadura a la Democracia, pero existen casos, como el de Chile, y resulta mucho más complicado pasar de la Revolución a la Democracia, y Daniel Ortega viene de la Revolución más rancia, o sea, del fin justifica los medios, aunque los medios sean poner patas arriba el sufragio universal.

No hace mucho en Honduras, hubo una reacción bastante proporcionada a los abusos anticonstitucionales de un revolucionario, y se le llamó golpe de Estado. Bueno, pues Daniel Ortega ha dado un golpe de Estado sin tanques: negando el voto a unos, anulando los que no le favorecían, impidiendo la presencia de observadores internacionales, presionando vilmente a los votantes y cargándose la Democracia en la que no cree.

No pasa nada. Es un totalitario de izquierdas. Hay bula para su abuso.