XDxesde mi más tierna infancia he tenido muy asumido que la culpa de todo la tienen el Gobierno , los políticos, o los líderes mundiales, según de qué se trate. En esta línea, aprendida desde la teta materna, más de uno piensa que al fin y al cabo los gobernantes cobran para asumir la responsabilidad de cualquier cosa que suceda. Según esta práctica teoría, el ciudadano de a pie, arrastrado por la dinámica del sistema, puede despreocuparse de gran parte de sus actos, puesto que en su insignificante existencia nada puede hacer para resolver los problemas del mundo. Y así nos encontramos, por ejemplo, los habitantes de este país, esperando a que el día 1 entre en vigor la ley antitabaco, para dejar de echarle el humo al de al lado, con lo fácil que sería dejar de ahumarlo desde ahora, por puro sentido del respeto.

Este planteamiento catastrofista, que nos libera de culpa, es una verdad a medias, porque si es cierto que una persona puede hacer poco para resolver los problemas del mundo, también lo es que todas las personas juntas podemos mejorar muchos aspectos de la realidad, sólo con asumir nuestra parte de responsabilidad. Sería el caso del consumo de agua, cuya administración es tan irracional que cualquier esfuerzo individual en este sentido resultaría aparentemente ridículo si nuestra situación, en un país castigado por la sequía, no nos hubiera enseñado la importancia del ahorro individual del líquido elemento. Cierto que la cantidad de agua potable perdida en las canalizaciones más antiguas de las ciudades, es preocupante, que la reconversión de zonas desérticas en campos de golf con vistas al turismo, a pesar del elevado consumo de agua que implica su mantenimiento, resulta escandaloso, y que los sistemas de riego tradicionales, utilizados en cultivar regadíos, son de escaso rendimiento. Y cabe preguntarse qué importancia puede tener que alguien tire de la cadena cada vez que usa un kleenex, y contestarse que no importa nada si hablamos de un caso aislado, pero si consideramos el resto de los hogares de la mayor parte del mundo se suman tantos litros que ya empieza a ser importante.

Los legisladores, y los gobernantes, tienen en sus manos la capacidad de corregir muchos de los factores que ocasionan nuestros problemas. Qué duda cabe que para disminuir los accidentes de tráfico hay que empezar por mejorar las carreteras, eliminando puntos negros, y eso está en sus manos. Está claro que una red viaria puntera, y un buen paquete de medidas coercitivas, que dificulte la conducción temeraria, puede impedir que mañana a usted o a mí nos haga papilla, dentro de nuestro vehículo, cualquier conductor desaprensivo con prisa por adelantar. En esta cuestión ya está todo estudiado, y países europeos, que nos llevan un adelanto de entre 4 y 8 años, como Francia, ya han conseguido reducir sustancialmente los accidentes, y de muertes en carretera, aplicando este tipo de medidas. Pero una buena infraestructura, o una adecuada regulación penal, no están reñidas con una temprana educación vial. El típico paseíto , por las carreteras de nuestros pueblos, al atardecer, o en las cálidas noches veraniegas habría causado muchos más atropellos de no haber sido por la precaución de peatones y conductores en las proximidades de estos núcleos de población. Siendo la primera medida a adoptar en este tema, la construcción de aceras peatonales, y carriles diferenciados para bicicletas, no cabe duda que la segunda ha de ser la educación. Y hay que seguir enseñando a los niños a mirar antes de cruzar la calle, y a los conductores a extremar la precaución en las vías próximas a áreas habitadas: A Dios rogando y con el mazo dando .

Cada uno de nosotros es importante. Yo, aunque me esté mal decirlo, soy importante, porque aparte de votar, puedo decidir si tiro, o no, la basura en la acera, independientemente de que haya más o menos papeleras. Y un vecino mío, que respeta celosamente la recogida selectiva de basuras y se molesta en separar las bolsas de vidrios de las de papeles y de las de plásticos está contribuyendo a frenar la progresión del deterioro del planeta, y del mismo modo que ese grupo de compañeros, que comparten coche, están ahorrando energía, evitando el agotamiento de los recursos naturales, y minimizando el impacto ambiental de la acumulación de residuos. Claro que es fundamental que se hayan reunido 150 países en Montreal para intentar evitar el cambio climático, prorrogando los compromisos sobre reducción de gases de efecto invernadero hasta el 2012, y que hayan acordado mantener nuevas reuniones, pero bien vendría que se pusiera de moda esto de ser ecológico. ¿Se imaginan que además de estas medidas globales, que imponen requisitos a las industrias de los diferentes países, la gente, por su cuenta, dejara de comprar detergente, lavavajillas, friega-suelos, limpia-cristales, suavizante, cremas, lociones, desodorantes, etcétera, o que todos evitáramos cambiar continuamente de móvil, ordenador, videoconsola, muebles, vestuario, o zapatos? Para la economía sería un parón, pero los nietos que espero tener, algún día, llegaría a conocer algo parecido a este planeta.

Yo, de momento, tengo la coartada perfecta, para seguir campando por mis cabales a base de cinismo y decir: "Sobre el paro, la siniestralidad laboral, o el comercio internacional, que marca las diferencias, entre el norte y el sur, entre el este y el oeste, no está en mis manos hacer nada. Sobre la pobreza, la ignorancia, y la injusticia del mundo, poco puedo hacer. Y para lo poco que me toca, que se traduce en dejar de producir más una bolsa cumplida de basura al día ¿qué podría hacer yo sola, empeñada en una ridícula postura, ni siquiera austera, de solidario comedimiento en el consumo? Y además, digo yo, que en esto del cambio climático, como en todo, la culpa, culpa, lo que se dice la culpa de lo que pase, la tiene el Gobierno ¿no?".

*Profesora de Secundaria