XExn términos democráticos, tan saludable es tener un buen gobierno como una buena oposición. Ambos son la cara y la cruz de una misma moneda. De poco serviría un buen gobierno si no hay oposición, porque sin el necesario control de ésta, con el tiempo, aquél terminará abusando del poder y haciendo dejación de funciones. Por esto, soy de la opinión de que existe el gobierno de la oposición o, dicho de otra manera, que la oposición debe gobernar para los que la votaron y para los posibles nuevos votantes.

De esta forma el ciudadano no tendría la sensación de que aquellos que no ganaron las elecciones se limitan a dejar pasar el tiempo hasta la próxima contienda, sin hacer nada o muy poco mientras tanto, y que esos intereses sólo se defenderán cuando su candidato alcance el poder. El gobierno de la oposición consiste en dejar sin argumentos al contrario. Es el arte de influir en quien decide para que no haga algo o lo haga en determinado sentido, normalmente con la ley en la mano, ya que el que ha ganado las elecciones es poco dado a aceptar consejos.

Evidentemente esta tarea es compleja y necesita de un variado grupo de asesores, pero opino que, salvado este escollo, es cuestión de tesón y voluntad, de repartirse el trabajo y de creérselo. Hacer oposición no consiste exclusivamente en aparecer de vez en cuando en la prensa para expresar una queja, consiste principalmente en entrenarse para alcanzar el gobierno que sale de las urnas y, mientras tanto, en gobernar (aún sin poder ejecutivo) para quienes pretendieron esto con su voto.

Y ese gobierno de la oposición está para que los que mandan no presuman tan alegremente de hacer cosas que pudieran estar prohibidas, con la tranquilidad que les da saber que no van a tener respuesta; para que no vendan políticamente cada partida de la misma obra como algo independiente, ni cada trámite administrativo del mismo expediente urbanístico; para que no hagan tampoco de una obra de mantenimiento una obra nueva; para que la instalación de una señal de tráfico o la construcción de una rotonda sea algo normal y no motivo de otra inauguración; para que no se disfrace como un logro lo que el paso del tiempo necesariamente trae, ni se le eche la culpa a otros de lo que no se consigue por falta de interés propio en pedirlo y pelearlo; para que el gasto no tenga otro destino que el fijado por la ley; para que el patrimonio consista en bienes y no en meros asientos contables; para que el ciudadano no sea la excusa y el gobernante el único protagonista; para que las barriadas no sean añadidos con diferente tela sino parte del mismo paño; para que esto no sea la ciudad del negocio sino que el negocio sea la ciudad.

Y también está el gobierno de la oposición para acudir, si es preciso, a los tribunales, los cuales hasta ahora sólo parecen servir para dirimir insultos y descalificaciones, pero no para evitar desmesuras en el ejercicio del poder. Porque allí donde existe un gobierno que hace y deshace a su antojo, o hay una oposición perezosa, o consentidora; y hace tiempo que ha renunciado a ser alternativa.

*Exgerente de Urbanismo de Mérida