En democracia los tiranos son aquellos que no saben gobernar sin mayoría absoluta, cuando el ordeno y mando sustituye al convencimiento, al consenso y al análisis de alternativas, y para los cuales la oposición es la nada porque la corporación son ellos que ganaron las elecciones. Pero también son totalitarios porque quien tiene la obligación de frenarlos los combate tímidamente, de modo que esta tarea de control más que una lucha de ideas supone un mero ejercicio de mantenimiento para el dictador y sus adláteres.

Qué alegría y qué sonrisa despierta en el déspota la rabieta de la oposición cuando ésta amaga y no da, o cuando tira y no alcanza. La casa grande se convierte en un cortijo donde la oposición es una visita incómoda a la que se instala en un cobertizo y se le impide el libre acceso al resto de dependencias. Lo cierto es que una visita corriente tratará de no desairar al anfitrión, pero la oposición política no es una visita, está en su casa y no puede esconderse ni dejar de reclamar su sitio. Y su sitio lo encontrará ejerciendo de oposición.

El oligarca utilizará, para acallar las críticas, el argumento de que respeta los procedimientos para hacer ver que las sospechas de cocinar para sí mismo son infundadas, y se valdrá de la apariencia y de las formalidades para jurar transparencia. Se apoyará y pondrá por testigos a todos los que han intervenido en la tramitación, no escatimando piropos, y dirá de ellos que son los garantes de la limpieza del proceso, pero el ciudadano sabe que en algún punto del recorrido se ha producido el asalto. Es como cuando un mago realiza un truco delante de tus narices, todo se te ha presentado delante de tus ojos, y hasta te han invitado a que compruebes el saco, la baraja y lo que tú quieras, pero aunque no alcanzas a entender cómo lo ha hecho sabes que te ha engañado. Por esto, el que se siga fielmente el procedimiento de adjudicación de una obra o servicio no significa que no se haya elegido previamente al adjudicatario, o se le haya podido favorecer de alguna manera.

También utilizará el autócrata el argumento de que, pese a las quejas de los ciudadanos, no se han presentado alegaciones. Pero esto no quiere decir que la actuación sea correcta, ni es garantía de que se haya actuado con pulcritud, lo único que significa es que los representantes de los otros ciudadanos deberían usar menos la oratoria y más la pluma. La oposición tiene la obligación de alegar contra aquello con lo que no está de acuerdo, porque de lo contrario sus votantes le pueden preguntar qué está haciendo para impedir la actuación que ellos mismos denuncian como perjudicial.

XLOS DICTADORESx no se perpetúan por sus méritos sino por no tener contrarios que combatan sus fechorías. Sólo el que ve su mandato como un imperio programa su actividad de gobierno cuarenta años o más, sabiendo que aunque llegue a perderlo seguirá teniendo el control económico cuando estén otros, en cuyo caso, el período en el que esto se fragüa pasaría a llamarse, en pura teoría política, el gobierno de la tajada .

El gobierno de la tajada es aquel cuyos miembros tienen por finalidad amasar un patrimonio particular (oculto, por supuesto) a costa del cargo público que ostentan, como ha ocurrido en Marbella y sucederá en otros tantos sitios, donde la hábil política populista del gobernante dulcifica la dictadura y hasta la hace ocurrente y pintoresca, siendo los propios ciudadanos los que, ajenos al tinglado, fijan su atención en el mensaje de que la oposición critica por criticar y rechaza lo que es bueno y necesitan los ciudadanos , mensaje que es aderezado por los medios de comunicación que controlan y desde los cuales lanzan atroces ataques y campañas de desprestigio continuo al resto de grupos y asociaciones que no se han convertido a su credo. Mientras esta escenografía se representa, a modo de distracción y de propio engreimiento, el gobierno en cuestión irá cortando tajadas de cada uno de los asuntos que le interesan particularmente, entretenida y confiada como está la gente por la publicidad machacona y la continua presentación del cartel de malhechores que son los de la oposición, que no paran de meterse con los pobres gobernantes que todo lo dan por la ciudad.

Pero habrá más de uno que se pregunte cómo es posible que teniendo estos abnegados servidores públicos tanto que tragar permanezcan en sus puestos aguantando innumerables situaciones desagradables. Y pensarán que si tan duro fuera estar en ese frente, los que nada ganan ya se habrían ido en pos de una vida más tranquila, que nadie cambia bollos por coscorrones. De modo que ante tan desinteresado servicio a los demás por parte de algunos gobernantes, y sus continuas manifestaciones de victimismo, más de uno dirá como los habitantes de aquel pueblo extremeño a los que quisieron convencer de que la expropiación de sus tierras les favorecía: jágannos ustedes las bolas más chequeninas, que asina no mos pasan .

*Exgerente de Urbanismo de Mérida