Los jugadores brillan en sus acciones individuales, pero sus éxitos no serían posibles sin el apoyo de todo el equipo, remando en la misma dirección, apoyando esos indescriptibles regates a Hacienda, que inevitablemente vuelve a ser goleada. Un coladero con las grandes fortunas pero implacable en las categorías inferiores. Primero fue Lionel Messi, después Neymar, y al final resulta que lo de defraudar al fisco es cosa de todos los cristianos que tienen oportunidad de hacerlo.

Ronaldo, Pepe, Coentrão, Modric, Özil o Di María, junto al técnico José Mourinho, están bajo sospecha. En caso de que se confirmase, presunción de inocencia ante todo, bien podrían formar el Defraudadores Fútbol Club. Y seguro que tendrían hinchas. No sólo evasores, sino también gente normal y corriente, como usted y como yo, a los que nos afecta directamente que no se recauden impuestos.

Bastante dilema moral supone para mí, madridista asimilada, el apoyar todo el negocio del fútbol, obviar los sueldos demenciales y aceptar que el espectáculo en sí genera todo ese dinero para ahora tener que enfrentarme a la prueba empírica de que directamente me roban.

Por eso cada vez que estallan este tipo de casos, conviene recordar de nuevo que los hospitales, las escuelas, las carreteras y un largo etcétera sólo se pueden mantener (y mejorar) si todos aportamos lo que nos corresponde a la hucha común.

Recoge el periódico El Mundo, encargado de destapar las filtraciones de Football Leaks en España, que Bruselas está preocupada por el problema de la evasión fiscal en el mundo del balompié. Lógico. Pero rechinan un poco las declaraciones del comisario europeo de Economía y Fiscalidad, Pierre Moscovici, quien habla de «hombres muy jóvenes, inmaduros (…) empujados hacia zonas de incertidumbre desde el punto de vista moral y legal».

Cuidado con volver de nuevo al relato paternalista, al «firmaba porque confío en mi papá» (Messi dixit) y justificar lo injustificable. Como si estos deportistas no fueran mayores de edad, como si no tuvieran la responsabilidad de saber qué se hace con su dinero, al igual que el resto de los ciudadanos. Si están lo suficientemente crecidos para ganar esas ingentes fortunas, también deberían de estarlo para saber gestionarlas. * Periodista